No puedo pararme

Autora: Patro Gutiérrez

Llegué a tu vida por sorpresa, se que no me esperabas, incluso creías que no me necesitabas. Tenías tus propios medios para intentar organizarte con las tareas que el día a día nos impone, pero no lo llevabas bien.

Me culpabas de tu propio estrés, ya que no te ajustabas al tiempo disponible y actuabas de forma rebelde, sintiéndote de mal humor, considerándome como algo innecesario, vamos, poco menos que un estorbo…

Desde el principio, me di cuenta que lo que necesitabas era priorizar el tiempo dentro de un orden, sin dejarlo todo para el final, dándole preferencia al aquí y ahora, ya que yo no podía parar y tú lo perdías sin sentido, sin aprovechar el momento justo y preciso que te ofrecía…

Cuando cambies tus hábitos y estés más centrada contigo misma, verás cómo de verdad te puedo ayudar…

A Mar le costó entenderme, pero se dio cuenta de que todo cambió para bien, incluso empezó a sobrarle tiempo al organizarse en sus preferencias y al poder comprender como “su reloj” sólo le transmitía buenas sensaciones y una vida más placentera, llegando a convertirse en inseparables.

De la vida oculta de las perchas

Autor: Antonio Serrano Fontana

En este mundo traidor siempre me habéis conocido como la percha, sin más. No tengo derecho a tener nombre, tan escueta y ridícula es mi presencia. Vosotros, los seres humanos, me despreciáis cordialmente, y ni siquiera me tenéis en cuenta cuando andáis enfangados buscando algo en el fondo del armario, pero como yo no tengo otra cosa que hacer, no puedo dejar de observaros en vuestro rutinario discurrir cotidiano, al menos hasta que se cierra la puerta del armario y la oscuridad, el silencio y las pelusas me cubren de nuevo. Después de mucho tiempo de retorcer mi fino cuello de alambre intentando comprender qué hago en este mundo, he observado que mi única misión en la vida es servir de sostén a la belleza deslumbrante de cualquier traje, para quedarme después vacía, una rama seca, un palo desnudo, cuando me despojan de la prenda a la que sirvo. Nací como una percha de plástico negro entre otros millones de perchas similares en una fábrica textil china, fea y delgada hasta la extenuación, y mejor no hablar de la hermosura de las perchas con pinzas o de las formadas por un simple alambre doblado. Posiblemente, no exista en el universo un instrumento al mismo tiempo tan estúpido y tan necesario como yo… Para empezar, las perchas somos el objeto imprescindible para eludir el azar y la dispersión en vuestras vidas y nuestra presencia os ayuda a mantener un simulacro de orden. Si no existiéramos, el caos más espantoso se apoderaría de vuestros armarios y las consecuencias serían desastrosas. ¡Cuántas entrevistas de trabajo fracasadas por una falda o una camisa arrugada! ¡Cuántas citas amorosas abortadas por la incómoda visión de una raya doble en un pantalón! ¡Cuántos negocios multimillonarios caídos como castillos de naipes por una corbata con las rayas torcidas! ¡Cuántos esfuerzos diplomáticos para evitar una espantosa guerra nuclear que, en definitiva, acaban por no servir de nada gracias a una chaqueta de un color inapropiado rescatada en el último momento de un armario desconcertado! Como se ve, las perchas no representamos a ninguno de los Jinetes del Apocalipsis, pero casi…: Y la segunda parte es que, si no cuelgo bien ordenada de la barra de un armario, de un perchero, de un caballete, de un burro (con estas metáforas equinas se denominan los percheros portátiles), ando estorbando por los rincones, sin remedio, como un gafe que se asoma a un bar para ver huir a todo quisque.

Por otra parte, aunque no se advierta a simple vista, las perchas tenemos un carácter muy belicoso. Los individuos de mi especie somos individualistas y territoriales y nos enganchamos a matar entre nosotros en cuanto tenemos oportunidad para defender hasta la muerte, como rebecos enloquecidos, nuestra pequeña parcelita. Podéis hacer el experimento: basta con colgar, bien emparejadas y sin ropa, una decena de perchas en una barra o dejarlas caer sin mezclar en algún recipiente amplio. Al cabo de algunos días, si intentáis extraer alguna de ellas, podréis ver como aparecemos todas trabadas de forma inverosímil por los cuellos de alambre o por las presillas que aparecen en las barras oblicuas. Por más que lo intentéis, os resultará imposible romper la confusión entre ángulos agudos y travesaños horizontales. Por esto, y porque el que avisa no es traidor, os recomiendo encarecidamente que no abráis las puertas de vuestros armarios de forma brusca. Más de uno de vosotros y vosotras ha perdido un ojo o ha sufrido heridas por el ataque de una percha furiosa, molesta por la intromisión en su intimidad. Aseguraros antes, pegando el oído a la madera de las puertas que pretendéis abrir, de que las perchas, como los vampiros durante el día, dormimos en paz y colgamos tranquilas. Después, con decisión, introducid uno de vuestros brazos hasta asegurarse de que tenéis bien sujeta la prenda y tirad de ella, a pesar del dolor de los picotazos.

Algo sobre mí

Autora:Elena Casanova Dengra

Me considero joven aunque se cuente por ahí que tengo la friolera de ocho mil años. Pues pocas arrugas gasto para contar sobre mi pellejo tal cantidad de tiempo. También es verdad y a pesar de mis edad, me considero bastante coqueta. Suelo utilizar distintos colores para vestirme. Mi preferido es el blanco pero me gustan el amarillo, el morado o el perla, qué queréis que os diga, soy presumida y me siento fantástica con mis diferentes estilos. Aparte de presumida, dormilona, sobre todo cuando las condiciones ambientales son adversas, prefiero quedarme en casa, descansar y ocuparme de asuntos que me permitan recuperar la energía y salir fuerte y bella al exterior cuando llegue el momento. Incluso, dependiendo de de la ropa que luzca, soy capaz de predecir el clima. Cuando me abrigo más de la cuenta auguro un arduo invierno pero si visto ropa ligera será suave y corto. Existe un viejo adagio inglés que corrobora todo lo que digo, pero soy incapaz de traducirlo.

Tengo fama de ser buena y gentil, ayudo a los humanos a curar sus enfermedades, pongo todo mi interés en resolverles problemas estomacales, diuréticos o afecciones respiratorias. Me consideran mágica y eso me gusta, me siento tan importante que a veces hasta olvido mi humilde origen.

Y que no me olviden, especialmente, los adolescentes, durante esa edad ingrata cuando en su caras aparecen los incómodos bultitos antiestéticos que a muchos les crea verdaderos quebraderos de cabeza. Pues yo os digo: no os preocupéis, os puedo ayudar. Mis enzimas son milagrosas y mezcladas con un poco de agua empezaréis a notar mis efectos. Eso sí, os recomiendo que lo hagáis antes de ir a dormir, ya lo entenderéis…

No sé qué más contaros. Casi nadie prescinde de mí y todos me tenéis en casa y ,aunque no soy buena compañera, cuando actúo en soledad. Sin embargo alegro la vida a cualquiera al hacerlo acompañada, sobre todo, cuando mis colegas son buenos de verdad.

Pero hay algo que no entiendo. Llegado el momento y decidís quitarme de en medio no paráis de llorar. ¿Acaso sentís lástima? No entiendo tanto dolor cuando os empeñáis en contarme en trocitos pequeños para vuestras pócimas y mejunjes. Os lo voy a explicar: solo se trata de mi arma secreta, el ácido sulfúrico que contengo y por eso sentís ese espantoso ardor en los ojos. Es mi pequeña venganza a vuestra traición.

Ya he hablado demasiado de mí, pero me quedo con la parte más poética de mi existencia que no puede ser otra que ese gran poema, compuesto por Miguel Hernández, Las nanas de la cebolla, escrito a su mujer cuando esta le manifestó que solo comía cebolla y pan cuando estaba amamantando a su hijo. Desde la cárcel y ante la impotencia, Miguel Hernández le expresaba en una carta: «El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme». Este poema, gracias a la magnífica interpretación de Serrat y a la música de Alberto Cortez ha llegado a numerosas personas que lo hemos disfrutado durante muchos años. ¡Quién no conoce los siguientes versos!:


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Juan

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

En la avenida donde yo vivo hay bancos por una de sus aceras; paseo con mi andador y me siento con frecuencia en alguno de esos bancos. El que más uso está frente a una panadería; cuando no hay clientes en ella, el panadero, que es un hombre como de unos 50 años, delgado y ágil, sale a la puerta y de dos zancadas, sorteando con mucha habilidad los coches que pasan, atraviesa la avenida y se sienta en el escalón del portal que hay junto al banco donde yo estoy, como si lo respetara, dejándomelo para mí sola. Tantas veces hemos coincidido, que ya nos saludamos como vecinos. A la una en punto cierra la panadería y se va de tres formas: unos días en patinete, otras en bici y otras en una pequeña furgoneta con el nombre de la panadería.

Me intriga la vida de este hombre. Hasta aquí, todo lo que cuento es real. Ahora inventaré lo que sigue.

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Juan, el panadero, cuando se va en patinete o en bici, lleva una bolsa blanca de plástico, y en ella se translucen varias barras de pan y alguna otra cosa que no se adivina. Vive en el Barrio de San Pedro, lugar no muy lejano de la panadería, por eso lo del patinete y la bicicleta. Llega a su casa y saca el contenido de la bolsa: dos barras de pan, dos bollos redondos para bocadillos y una bolsa de ochíos medianos. Los bollos son para su mujer, a la que le entusiasman.

La mujer de Juan se llama Antonia y tiene 42 años. Es ama de casa a tiempo completo y todo lo atiende con prontitud y esmero. Tienen dos hijas: Adela, de 13 años, que estudia en el Instituto, y Juanita, de 18 años, que ha empezado en la universidad. Este verano aprobó el carnet de conducir y sus padres le han comprado un coche de segunda mano, con el cual va a Jaén todos los días a sus estudios. Ambas jovencitas son estudiosas. Se dan cuenta del sacrificio de sus padres, que siendo de condición humilde, quieren para ellas una vida mejor y les están dando estudios.

La casa donde viven en el Barrio de San Pedro es similar a las de todo el barrio: modesta pero cómoda. Está orientada al sur y tiene dos plantas; arriba los dormitorios y un baño y abajo el portal, la cocina-salón, un lavadero y un gran patio cubierto por una parra. Además, otro baño espacioso.

La familia come y hace la vida en la cocina-salón, que tiene una gran chimenea, sofás y cómodos sillones. El mobiliario de toda la casa es sencillo. En los dormitorios de las jovencitas hay grandes carteles de famosos cantantes (no falta Rosalía) y de actores jóvenes y guaperas, como Mario Casas y Juan Diego Botto.

Antonia, la mujer de Juan, procura tener la comida hecha para las 13:30. Su marido come y se duerme una larga siesta. Todos los días se levanta a las 3 de la mañana y se va al horno a preparar el pan y la variada bollería, con la ayuda de un hermano y dos jóvenes; tienen clientela no sólo en Úbeda, sino en varios pueblos de alrededor. El hermano de Juan, Manolo, es también el encargado de repartir el pan por Úbeda; de los pueblos llegan furgonetas que se lo llevan y Juan se encarga de atender a la numerosa clientela que desde bien temprano compran de todo para llevárselo al campo.

Juan es de carácter apacible, y como todo tendero, ha de derrochar paciencia con la clientela, que no siempre es amable; viene con frecuencia una clienta que se llama Carmela, que lo saca de quicio con sus comentarios siempre negativos, dichos además cuando hay más gente en la panadería: “Ayer el pan estaba poco hecho y a los ochíos les sobraba pimentón”. A Juan se le retuercen las tripas y aguanta como puede esas impertinencias con una sonrisa forzada y sin rechistar; todo esto le produce una desazón que se agrava con el cansancio de estar toda la noche trajinando.

Cuando llega a su casa, a las 13:15, la mujer, viéndole la cara, ya sabe si ha habido alguna “Carmela” esa mañana. Lo recibe con cariño, le dice que se siente en un sillón y a los pocos minutos ya le tiene la comida en la mesa. Le habla cosas amables y jamás le comenta que se ha estropeado el grifo del fregadero, que hay una gotera en el baño de arriba o que ha llegado el recibo de la luz con una cantidad desorbitada.

En cambio, le dice que Adela ha sacado un sobresaliente en inglés y que Juanita conduce con toda prudencia.

A Juan, raramente se le nota el rostro sombrío; cansado sí, pero cuando se levanta de la siesta ya está de lo más afable, preguntándoles a sus hijas por los pequeños acontecimientos del día.

Sábados y domingos tienen la costumbre de salir al campo, y si hace buen tiempo, comen sobre la hierba.

En fin, hacen una vida muy familiar los cuatro, aunque Juanita, de vez en cuando, se va con amigos y amigas a bailar; está en la edad y los padres son comprensivos.

Objeto inanimado

Autora: Amalia Morales Montalbán

Desde hace mucho nos observa,
mira hacia izquierda y hacia derecha,
es un espía controlador.

Muchos secretos tiene,
pero solo con la simpleza le basta,
lleno de colorido y mordaza.

Aunque sus ojos todos lo ven,
su boca grande
nunca habló ni se expresó.

Solo con observar le basta
sé lo que piensa, lo que quiere,
sus ojos lo delatan.

Hacia la izquierda, hacia la derecha,
cuando colgado estuvo
su risa solo yo la pude oír.

Y sus ojos como el péndulo de un reloj,
repitiéndose una y otra vez
Me transmiten que no se quedará en el desván.

Su impaciencia es inagotable,
me agrietaré hasta desvanecer,
Sus serpentinas desharé.

No me mires así, ni me amenaces más,
que siempre sentí miedo de tu despertar
y ojos rojos pondrás.

Quiero que me prometas que quedarás,
paralizado y soñador,
soltando el arte que el artista plasmó.

Bonito marco te pondré y
buena capa de barniz
para que luzcas sin fin

Ya casi ochenta años tienes,
tu belleza y ocultismo siguen en pie
¿quién utilizó las máscaras?

Quién se sació de diversión,
Y quedó atrapado en él,
¿será el espíritu del carnaval?
O un amor que nunca salió a la luz,
camuflado quedó,
y detrás de una máscara se ocultó.

Será el pintor que lo pintó
que quiso dar tanto de él
que hasta vida le dio.

Ya luces como tú querías,
un foco te alumbra para resplandecer,
pero tus ojos siguen de izquierda a derecha,
de derecha a izquierda.


Lucy

Autora: Mercedes Prieto Jaén

Conocí a Lucy cuando me acababa de quedar viudo. Era de abundante pelo negro, ojos verdes, cuerpo grácil, movimientos ágiles y elegantes y muy silenciosa. Su nombre me encantó porque me recordaba a la canción de los Beatles Lucy in the Sky With Diamonds. Una de sus pequeñas manías era que siempre se estaba limando las uñas, algo que me llamaba mucho la atención, ya que mi difunta Mercedes apenas se las cuidaba.

Tuve que cambiar mis hábitos, porque durante mis años de matrimonio cuando nos despertábamos mi mujer o yo, el primero que llegaba a la cocina ponía el café y recogía los cacharros sucios de la cena, en cambio ahora Lucy siempre me solicitaba que le preparara el desayuno, el almuerzo y la cena. No me importaba: era tan feliz a su lado. Cuando estaba en casa ella siempre me acompañaba de una habitación a otra y si me sentaba en mi sillón favorito a leer, ella se sentaba en mi regazo y me pedía caricias continuamente. Parecía tener un sexto sentido para detectar si yo había tenido un día bueno, malo o regular; sobre todo parecía anticiparse a mi tristeza. A pesar de haber empezado a convivir con Lucy, no dejaba de echar de menos a Mercedes.

Cuando llegaba la noche se metía conmigo en la cama, acurrucaba su cuerpo al mío y yo al sentir su lengua por mi cara y su calor, caía en un sopor profundo hasta el día siguiente.

Hasta que pasado un tiempo empecé a sufrir estornudos, dolor de garganta, ojos llorosos, congestión nasal y erupciones en la cara. El médico empezó a tratarme como si fuera un gran resfriado, pero una vez transcurrido una temporada de varios meses no mejoré. No me quedó más remedio que someterme a un test de alergia.

El resultado fue un gran mazazo: era alérgico a los gatos.

Una gran amiga

Autora: Rafaela Castro Lucena

Mi nombre es María. soy una mujer ama de casa, como existen tantas en nuestro país. No porque no trabaje en la calle estoy más descansada pures somos siete de familia. Nos juntamos un buen equipo.

Tengo una amiga que siempre está conmigo en casa que me ayuda muchísimo. Yo siempre de digo: «Qué haría yo sin ti», a lo que ella contesta «¡Tú sí que me ayudas a mí, ya que haces que me sienta útil, tanto cuando era más joven, como ahora que soy más mayor!»

Hoy por hoy somos dos amigas inseparables. Hasta ahora no he pronunciado tu nombre mi querida lavadora. Si yo pudiera, te haría un monumento.

Sin ti no soy nada.

No sé si soy lo que soy

Autor: Antonio Cobos Ruz

Tengo conciencia de que existo, aunque no posea órganos que expresen lo que pienso. No soy un ser vivo, si se considera que los seres vivos nacen, se reproducen y mueren. No soy consciente de haber tenido un nacimiento, ni sé reproducirme, ni puedo imaginar mi imagen, si es que acaso tuviera un aspecto definido. Sobre la muerte, no sé si siempre he estado muerta. Solo sé, sin saber ni cómo ni por qué, que unas palabras reverberan sin descanso en los ámbitos de mi consistencia existencial: ‘Polvo eres y en polvo te convertirás’.

No intentes comprenderme. Yo misma, no sé si soy lo que pienso. Desconozco si fue la sangre de los hombres o la evolución azarosa de un proceso inmemorial lo que me hizo tomar conciencia de mi misma. Soy una pieza esencial de ese calabozo pétreo en el que a veces penetras, sin que sepas si habrá un regreso o un hundimiento total. Soy la piedra angular de un arco de entrada a la mazmorra oscura y tenebrosa de tu vida, ese pozo oscuro que vislumbras en tus sueños y en el que rebuscas con ansiedad alguna luz opaca que te conduzca al exterior. He sido testigo imperturbable de algunos como tú, que nunca regresaron y cuyos gritos estridentes y silencios perpetuos nunca me afectaron. Me ha salpicado la sangre de un trasiego innumerable de personas sin retorno.

Soy dura, no tengo sentimientos, no me afectan los roces afectivos, ni los golpes, soy empleada como arma arrojadiza y en multitud de ocasiones he sido utilizada como golpe mortal. Soy capaz de estar inmóvil durante siglos o milenios, para ser removida de repente y convertirme en el cobijo de un nido de vida… o de muerte.

Soy fría, pero el sol me calienta con sus rayos, y soy capaz de transmitir el calor acumulado en mi conciencia hasta encontrarme de nuevo vacía de tibieza. La frialdad me hace sentirme preparada para otro día más de ser o de no ser, con la duda de si soy lo que pienso.

No sé si tengo algún futuro o si eres tú, confidente accidental, quien careces de él. No quiero convencerte de nada. Sólo quiero avisarte, prevenirte. Sin conocer del todo cómo he podido comunicarme contigo, sí sé que puedo transmitirte sensaciones. Posiblemente, tú o yo, o los dos, seamos un azar más en un proceso de futuro impredecible. Quizás, -es muy probable-, en una playa, en una sierra, en el lindero de un campo o en el borde de un camino, volvamos a encontrarnos. Sólo soy una piedra.

Una relación amor odio

Autora: Rosa María Moreno

Cada vez que te veía con otras mujeres, confieso que sentía envidia. Pero mis convicciones éticas y estéticas no me permitían devaneos con extraños ¡Menuda deshonra! Hasta que un día, traicionando mis principios, decidí probarte. Y la verdad, la experiencia fue un fracaso. Siempre se ha dicho que la primera vez puede resultar un fiasco y sinceramente, no me sentí nada cómoda contigo. No me permitías dar un paso con libertad, en invierno eras gélido como el hielo, en cambio en verano me hacías sudar como un pollo. Así pues entendí, que tú y yo no teníamos nada que hacer.

Pero pasaron los años, y sentía una mezcla de envidia y celos cuando te veía contonearte con jóvenes, maduros/as, viejos/as que tú no le haces ascos a nadie ¡Eres un promiscuo redomado! Caí de nuevo en tus garras y decidí probar suerte de nuevo.

Fue en un viaje a Chamonix . Me acompañabas como una alternativa o plan B para patear pintorescas ciudades alpinas en horas de ocio y descanso, ya sabes que las jornadas matinales se las dedicaba íntegramente a la montaña. Mochila, botas y bastón, eran mis acompañantes habituales. Descubrí entonces que te habías vuelto más suave y flexible conmigo, aunque seguías siendo un sátiro. Siempre escudriñando entre mis nalgas y aplastando mis posaderas, transitando por las calles de mis barrios bajos. Si con esfuerzo consigo adaptarme a ti, haces que me sienta embutida como una morcilla y cuando por fin me libero de tus garras, soy como alas de mariposa.

Pero a pesar de todo, te he tomado cariño. La verdad es que algunas veces te expongo a ciertos ambientes que pueden resultar nocivos para ti, como la cocina o superficies ásperas y polvorientas como los bancos de un parque infantil o los sucios peldaños de un monumento histórico ¡Lo siento, la vida es dura!

Pero es que tú eres imprevisible. Ahora te ha dado por cambiar de look, tan pronto apareces roto y deshilachado dejando al aire mis vergüenzas, como cubierto de abalorios y perlitas como un árbol de Navidad. Por mucho que me vaciles ¡No me llegas ni a la cintura! La verdad, no sé cómo te aguanto ¡Ya ves! Lo nuestro es una relación de amor-odio en toda regla. Aunque ahora que lo pienso, esta turbulenta historia,se parece muchísimo a Las 50 sombras de Levi´s. Pues ¿Sabes que te digo vaquero? Que me da igual que te llames Levis, Lois, Pepe Jeans o Tommy Hilfiger, porque yo no pienso pagar más de 30 o 40 euros por ti.

¡Ah! Y me olvidaba decirte que el efecto Push-Up se lo harás a las jovencitas, porque yo no he notado Nada Up.