Autora: Rosa María Moreno
Llegó a Madrid un 20 de diciembre con una maleta cargada de ilusiones, de proyectos de una vida digna, de un futuro para Jonatan, su pequeño de 8 años que le acompañaba en esta aventura acá en España. Una oferta de trabajo en hostelería y las noticias de algunos paisanos que referían las bondades de vivir aquí, disiparon sus dudas, había que luchar por los sueños, aunque algunos ya se le habían roto a muy temprana edad.
Atrás dejaba Belinda su pueblito, Peralta, (en la provincia de Azua) en La República Dominicana, allí quedaron su mamá y dos hermanos más pequeños, su papá había fallecido en un accidente laboral, pocos meses antes. Les había prometido, mandar dinero y aliviar un poco la pobreza crónica, las míseras condiciones de vida que sufrían en aquel rincón del Caribe. Destino de ocio soñado por los españoles, y pobreza y marginación para los nativos.
Su currículum (lo llevaba puesto como una pegatina) no dejaba dudas para el trabajo que iba a desempeñar; Unos rasgos exóticos, melena trigueña acaracolada, ojos de azabache, labios sensuales, piel canela, daban paso a un laberinto de curvas sinuosas propias de la mujer latina, sin duda rasgos de su mestizo linaje. El contrato laboral resultó ser un tanto fraudulento, pues el local de hostelería para el que iba a trabajar, era más bien un Club de alterne en uno de tantos Polígonos que salpican la periferia de las grandes ciudades.
Jornadas de trabajo sin horario definido y tareas un tanto dudosas, y la exigencia de pagar su alojamiento y el de Jonatan a cambio de un sueldo a todas luces indigno. Podemos intuir como comenzó la andadura laboral de Belinda en España.
Jonatan pasaba casi todo el tiempo solo, en un pequeño apartamento Su mamá comenzaba a trabajar al caer la noche pero cuando se marchaba, le recordar al pequeño que rezara sus oraciones antes de irse a la cama, oraciones que le enseñó su abuela Ruperta desde muy pequeño. Le contaba que el niño Dios todo lo ve y siempre le protegería si rezaba antes de dormir. Una tele, un perrito regalo de los parientes de Belinda, eran toda su compañía. Mamá llegaba siempre al amanecer, cansada y a veces mareada, oliendo a alcohol, otras con algún moratón en la cara que ella intentaba disimular con maquillaje (gajes del oficio). El pequeño Jonatan no entendía el duro trabajo de su mamá.
Pero un día, su mamá no volvió. Un accidente laboral le había llevado al hospital. Eso le dijeron al pequeño. Lo cierto es que él no volvió a verla jamás. Parece que esa noche, el niño “Dios se había ido” sin escuchar sus oraciones.
La causa del accidente no estaba clara, pero a juzgar por los múltiples traumatismos que presentaba la joven, todo hacía pensar que a un cliente, de cocaína hasta las cejas y otras sustancias se le había ido la mano.
Al parecer asiduo a estas prácticas de usar y pegar, siempre claro está a mujeres, a todas luces esclavas sexuales de mafiosos, expertos en “ La Trata ” de mujeres pobres y vulnerables, captadas ya en sus países de origen, cuyo destino es el comercio del sexo y todo su entorno. Propietarios de una turbia red de Clubes de alterne y otros chiringuitos de dudosa legalidad.
El pequeño quedó en total desamparo, pues los parientes de Belinda no podían mantener al niño y los asistentes sociales del Ayuntamiento se hicieron cargo de él, que ingresó directamente en un centro de menores tutelado por una orden religiosa. Allí además de la escolarización y manutención en régimen de internado, los sacerdotes, como es lógico, se ocupaban de la formación de los chavales durante el día. Predicando la Fe en Dios, y el valor de la oración, también durante la noche. Pues Jonatan recibía visitas del padre Benito cada noche, que para el pequeño eran como una dura penitencia por los pecados que él no había cometido. Antes de dormir, rezaba al niño Dios como le había enseñado su abuela allá en Altamira, pero para que el padre Benito no viniera a su cuarto.
Carita de ángel le llamaba el sacerdote a Jonatan. Triste por la desaparición de su madre, solo e indefenso en una prisión sin alambradas pero atrapado en una red invisible de soledad, miedo y desamparo. Cada noche una pesadilla, que acababa con la promesa de silencio al cuervo carroñero que se metía en su cama. ” Pero Dios se había ido”
Hablando con otros niños, descubrió que habían pasado por el mismo suplicio que él, y como él habían jurado silencio por temor al castigo de Dios, al fuego eterno, según la versión de su nocturno profesor de Religión. Nada supo el niño de su madre, a su padre no lo conoció ni supo nunca quién era, nadie le reclamó ni tuvo noticias de su abuela a la que recordaba siempre con ternura de su más tierna infancia. Pero “Dios se había ido”.
Cuando Jonatan cumplió 16 años, pudo salir de la institución para ser acogido por una Cooperativa agrícola que ofrecían a los muchachos la posibilidad de aprender un oficio en el sector de la agricultura, de la nueva y rentable agricultura, los invernaderos. Él y su amigo Rafa que habían congeniado en el orfanato y sobre todo habían compartido las mismas pesadillas, se llevaban como hermanos, pudieron liberarse de los tormentos nocturnos que habían sufrido durante años oscuros, años de silencio, que marcarían su carácter tímido, introvertido y desconfiado. La vida les daba ahora una oportunidad para superar las malas experiencias que portaban en sus mochilas a pesar de su juventud.
El trabajo en los invernaderos es durísimo para unos chavales tan jóvenes, el calor sofocante y la humedad provocan una transpiración exagerada. Pero al menos el sudor limpiaba el tacto repugnante que mancilló su infancia y la luz cegadora del sur iluminaba las oscuras noches del internado.
Cada semana, pasaban por el invernadero grandes camiones para cargar mercancía casi siempre con destino a centro Europa. Bartolo, uno de los camioneros, joven pero con muchos kilómetros en su haber, congenió bien con los muchachos, mientras cargaban grandes palés de verduras les contaba historias de su juventud en La Legión. Batallitas y bravuconadas propias del Cuerpo de Élite de las Fuerzas Armadas. Desde Líbano a Somalia, hasta Bósnia- Herzegobina .
Trabajo duro y arriesgado, incluso tuvieron que enfrentarse a los piratas somalíes que durante algún tiempo fueron la amenaza del tráfico marítimo en el Índico. Aquellas aventuras de Bartolo, dejaban boquiabiertos a Jonatan y a Rafa. Tanto, que un día le preguntaron, qué tenían que hacer para alistarse en La Legión. Dispuestos a darlo todo por La Patria, aunque la Patria a ellos no le había dado casi nada.
Bartolo les indicó los trámites a seguir para ingresar en La Legión, y allá que fueron ambos a Viatór, municipio próximo al lugar donde vivían en el levante almeriense.
Cada tarde, al terminar la jornada, entrenaban como locos, para superar las durísimas pruebas físicas que le exigía la institución militar para formar parte de sus efectivos. Además tenían que estudiar por la noche, aprobar el examen teórico, imprescindible para ingresar en el Cuerpo. A sus 20 años de energía e ilusión, le sumaron esfuerzo y voluntad, tenacidad y temerarias ganas de comerse el mundo, todo eso y la suerte, les hicieron merecedores del uniforme que llevarían con orgullo a su primer destino. Afganistán. El lugar ideal para estrenar su inexperiencia con las armas y enfrentarse a un enemigo tan esquivo como peligroso, el integrismo Islámico y todos sus tentáculos, multitud de etnias eternamente enfrentadas, talibanes y una tierra inhóspita.
Durante el periodo de instrucción en el campamento militar, le habían contado que hacía casi 20 años, cuando ellos apenas habían nacido, sucedió una gran tragedia en EE.UU, unos terroristas islámicos estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas en Nueva York. Murieron casi 3000 personas. Y allí empezó una guerra que ha seguido cobrándose vidas de soldados americanos y de otros aliados en la OTAN y lo más cruel, miles de civiles (niños, mujeres, ancianos), que los ejércitos llaman asépticamente: daños colaterales. La razón: la búsqueda obsesiva del Presidente Bush, del responsable de aquella irracional masacre del 11-S en el fatídico año 2001.
La misión de los efectivos militares españoles era supuestamente, ayuda humanitaria, asesoramiento militar al ejército afgano, reconstrucción de infraestructuras y colaboración y protección a la población civil, además del inútil intento de democratizar al pueblo afgano. Allí conocieron Jonatan y Rafa el compañerismo, el peligro, el valor y el miedo a partes iguales.
Y como un contrapunto a tanta violencia irracional, el AMOR, que no conoce fronteras. Mahjooba, una bella joven afgana, cocinera de la base de Kandahar, despertó en Jonatan, emociones que jamás había sentido, una maravillosa mezcla de atracción y deseo, propios de su juventud. La fascinación se materializó cuando se cruzaron sus miradas ¿Fue un amor a primera vista? Todo el cariño y la ternura que la niñez le había negado, Mahjooba se lo compensó. Durante los 6 meses que duró la misión, Jonatan vivió intensamente la vida. Con un inglés precario, chapurreaba dulces palabras de amor que Matjooba respondía con algo más de conocimiento del idioma, pues por la Base desfilaban soldados americanos desde hacía 20 años. ¡Aunque el lenguaje del amor es universal!
Cada mañana, los soldados se enfrentaban al desafío que suponía el peligro de los insurgentes (Talibanes) de hecho vieron morir a un compañero que intentaba desactivar un explosivo ¡Pobre muchacho! (Miguel 25 años cordobés, casado y con un hijo de 2 años). Como él, más de 100 soldados españoles perdieron la vida luchando por una absurda y fracasada guerra en aquella tierra hostil.
Parece que en ese momento, “Dios, tampoco estaba por allí”. Solo Mahjooba era como un bálsamo para su arrugado aunque joven corazón. El día que llegó la hora de la verdad y anunciaron el final de la misión y su regreso a España en el mes de abril, su corazón se rompió en mil pedazos. Ya sonaban los tambores de guerra de los talibanes, mejor dicho de sus Kalasnikof , porque al parecer no son muy amantes ni de la música ni de las letras. ¡ Ay, qué será de Mahjooba! Abandonada a su suerte como todas las mujeres afganas, que además han colaborado con los soldados españoles.
¡Pobre Jonatan! Ahora que había encontrado la ternura y el cariño que perdió aquella triste noche que su mamá desapareció, ella siempre le recordaba que rezara al niño Dios antes de dormir. Pero “Dios se había ido”. Pocos meses después del regreso a España, se comentó una noticia de impacto; Al parecer, Dios había pasado varios años en el Barça, pero que ahora se había marchado al PSG, en París. Aunque otros sospechamos que allá por el mes de julio, puede que Dios viajara en la expedición de la nave espacial, New Shepard, propiedad de Jeff Bezos (el hombre más rico de la Tierra). Seguro que iba entre los cuatro tripulantes que viajaban al espacio, por puro placer, unos cuantos miles de kilómetros en tiempo récord. ¿El precio? Cientos de miles de dólares, pero ¡A quién le importa! Ya se sabe que Dios siempre anda por las Alturas y por eso todo lo Ve, pero casi nunca lo Mira.
Jonatan desde el regreso del último contingente militar a España, vive pendiente de las noticias que llegan de Afganistán entre la frustración y la rabia, recordando con melancolía la pérdida de la más apasionante etapa de su vida en aquel país pobre, perdido en la Edad Media que aspiraba al progreso y a superar los horrores de la guerra. Con temor por la suerte que pueda correr la joven Mahjooba y su familia, pero con la ESPERANZA de volver a ese lejano e inhóspito rincón de la tierra y rescatar de aquel infierno a la muchacha que sano las heridas de su joven y arañado corazón, que le devolvió la autoestima y la dignidad que los depredadores de niños y mujeres, le robaron porque “Dios siempre se había ido”