Algo sobre mí

Autora:Elena Casanova Dengra

Me considero joven aunque se cuente por ahí que tengo la friolera de ocho mil años. Pues pocas arrugas gasto para contar sobre mi pellejo tal cantidad de tiempo. También es verdad y a pesar de mis edad, me considero bastante coqueta. Suelo utilizar distintos colores para vestirme. Mi preferido es el blanco pero me gustan el amarillo, el morado o el perla, qué queréis que os diga, soy presumida y me siento fantástica con mis diferentes estilos. Aparte de presumida, dormilona, sobre todo cuando las condiciones ambientales son adversas, prefiero quedarme en casa, descansar y ocuparme de asuntos que me permitan recuperar la energía y salir fuerte y bella al exterior cuando llegue el momento. Incluso, dependiendo de de la ropa que luzca, soy capaz de predecir el clima. Cuando me abrigo más de la cuenta auguro un arduo invierno pero si visto ropa ligera será suave y corto. Existe un viejo adagio inglés que corrobora todo lo que digo, pero soy incapaz de traducirlo.

Tengo fama de ser buena y gentil, ayudo a los humanos a curar sus enfermedades, pongo todo mi interés en resolverles problemas estomacales, diuréticos o afecciones respiratorias. Me consideran mágica y eso me gusta, me siento tan importante que a veces hasta olvido mi humilde origen.

Y que no me olviden, especialmente, los adolescentes, durante esa edad ingrata cuando en su caras aparecen los incómodos bultitos antiestéticos que a muchos les crea verdaderos quebraderos de cabeza. Pues yo os digo: no os preocupéis, os puedo ayudar. Mis enzimas son milagrosas y mezcladas con un poco de agua empezaréis a notar mis efectos. Eso sí, os recomiendo que lo hagáis antes de ir a dormir, ya lo entenderéis…

No sé qué más contaros. Casi nadie prescinde de mí y todos me tenéis en casa y ,aunque no soy buena compañera, cuando actúo en soledad. Sin embargo alegro la vida a cualquiera al hacerlo acompañada, sobre todo, cuando mis colegas son buenos de verdad.

Pero hay algo que no entiendo. Llegado el momento y decidís quitarme de en medio no paráis de llorar. ¿Acaso sentís lástima? No entiendo tanto dolor cuando os empeñáis en contarme en trocitos pequeños para vuestras pócimas y mejunjes. Os lo voy a explicar: solo se trata de mi arma secreta, el ácido sulfúrico que contengo y por eso sentís ese espantoso ardor en los ojos. Es mi pequeña venganza a vuestra traición.

Ya he hablado demasiado de mí, pero me quedo con la parte más poética de mi existencia que no puede ser otra que ese gran poema, compuesto por Miguel Hernández, Las nanas de la cebolla, escrito a su mujer cuando esta le manifestó que solo comía cebolla y pan cuando estaba amamantando a su hijo. Desde la cárcel y ante la impotencia, Miguel Hernández le expresaba en una carta: «El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme». Este poema, gracias a la magnífica interpretación de Serrat y a la música de Alberto Cortez ha llegado a numerosas personas que lo hemos disfrutado durante muchos años. ¡Quién no conoce los siguientes versos!:


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

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