Autora: Rosa María Moreno
Nació Victoria en la primera década del pasado siglo, en un lugar de la Mancha, como D. Quijote, con más ansias de grandeza que de honor y justicia como el ilustre hidalgo.
Galdós aún vivía, ya había escrito obras tan maravillosas como Tristana, personaje al que nada se parecía Victoria. Sus ambiciones no eran precisamente afán por aprender, conocer y descubrir el mundo, ser libre como como la protagonista galdosiana. Los sueños del personaje de mi leyenda, eran más propios de princesa que espera príncipe y una vida de amor y lujo.
Su padre un adinerado cacique del pueblo, conservador y machista a raudales, retrógrado y dictatorial, no permitía que sus hijas fueran a la escuela. Consideraba el castizo varón, que nada tenían que aprender sus hijas fuera del seno familiar y ¡Vive Dios¡ Que educó a sus hijas con mano de hierro. En un férreo patriarcado medieval, fuera del hogar todo era perverso e indigno para una mujer. Mentalidad burríl, muy común en aquellos tiempos y lugares de la España profunda.
Según los estamentos sociales que regían la vida de los pueblos, el poder y la autoridad, estaban representados por el cura, el alcalde y el boticario. Ahhh! Me olvidaba del Guardia Civil actor importante en el escenario rural. El padre, castellano viejo, tenía relaciones de amistad con una marquesa, dueña de gran parte de las tierras del pueblo, donde la niña Victoria y su hermana Leonor pasaban algunas temporadas como invitadas en la hacienda “Las Cabezuelas” propiedad de la tal Marquesa.
Las monterías, los caballos, las fiestas crearon en las niñas un universo de fantasía muy alejado de la realidad social de su entorno. Un mundo de abundancia y lujo, que hicieron de Victoria y Leonor dos señoritas soñadoras, cándidas e ingenuas.
El padre, egoísta y tirano con su santa esposa, engendró veinte hijos de los que sobrevivieron solo tres. Ángel, su único hijo varón, Victoria y Leonor.
¡Pobre mujer! Al parecer la santa esposa, Dolores murió joven, y con el cielo más que ganado tras el paso por el purgatorio marital que había sufrido en su matrimonio. Sin embargo, Victoria sentía gran admiración por su padre. De hecho, la influencia paterna dejó una huella indeleble en su personalidad durante toda la vida. Su continua apología a la figura paterna para ella representaba la riqueza, el poder, la supremacía de una clase social dominante.
Aquella aristocracia que pocos años después quedó un tanto postergada con la llegada de la República y en muchos casos por la desastrosa administración del patrimonio familiar, por parte de herederos, que incluso en la actualidad, los conocemos como auténticos parásitos sociales. Sin embargo, Victoria nunca hablaba de su madre, salvo para decir que había sido una Santa. Y así debió ser, aunque la Santa Madre Iglesia, ¡Ya se sabe! Solo santifica a los que cumplen con sus sagrados baremos.
Su hermana Leonor en cambio tenía otras inclinaciones, se las ingenió para aprender a leer y escribir, mostrando gran interés por el conocimiento y la cultura, le encantaba montar a caballo, de hecho era una gran amazona (Que por cierto su vida, sería digna de otra leyenda, propia de Tolstoi). Victoria, en cambio era más doméstica, más pasiva y modosita que Leonor. En realidad, ella solo esperaba llegar a la edad casadera para encontrar un buen marido, soñando con una boda de película.
No siempre el destino sigue el camino de los sueños. Muy al contrario pues el padre, D. Felipe, que así se llamaba el adinerado Caballero de la Mancha, apostó gran parte de su fortuna en la campaña de apoyo al Conde de Romanones, político español y gran terrateniente famoso por sus frases lapidarias con el que compartía obviamente su ideología conservadora además de pensamiento burril, como evidenciaban sus discursos.
Pero lo que suele ocurrir en política ¡A veces se gana y otras se pierde! Y así D. Felipe se jugó su fortuna en beneficio del político conservador. Un fiasco económico, que le llevó a la ruina, arrastrando con él a su familia.
Todo se había perdido y el padre viudo y arruinado, pensó que las hijas tendrían más oportunidades de futuro en la ciudad que en el empobrecido ambiente rural.
Victoria y Leonor se trasladaron a la capital, con un pariente cercano. Y no tardaron en encontrar marido, pues las jóvenes poseían un buen físico, rasgos agraciados, elegante vestuario (Desde luego, estas no se quitaron el sombrero) y aunque su formación era escasa, sus modales eran refinados y distinguidos, ventajas de haber crecido en un ambiente privilegiado, pero la cruda realidad les impuso sacrificios y renuncias para el resto de la vida.
Victoria se casó con un buen muchacho, Miguel, trabajador y honesto. Un hombre que se abrió camino en la vida desde muy joven, por sus propios medios, pues perdió a sus padres cuando aún era un niño. Paradojas de la vida, Miguel se esforzaba en progresar estudiando por la noche cuando terminaba su jornada laboral y luchaba por una vida digna y en libertad.
Llegaron los hijos, la guerra, la escasez y las penurias económicas, pero a pesar de todo, Victoria jamás abandonó sus aires de grandeza. Ni que decir tiene, que a pesar de las dificultades económicas, Victoria siempre contó con ayuda en las tareas doméstica, La Paca que se encargaba de la colada y otras tareas. Y es que los recuerdos de la señora Marquesa ejercían en ella gran influencian, pues los aires de grandeza no los perdió Jamás.
Con el tiempo y los sueños frustrados, afloraron en ella las credenciales paternas. Su carácter soberbio y altanero, machista, misógino, pensaba que las mujeres eran seres inferiores en todos los órdenes de la vida. Racista rallando lo extremo. Una de sus añoranzas, era tener una criada uniformada y negra.
Ni que decir tiene que justificó siempre la pobreza como un mal necesario en el Mundo. Jamás defendió la justicia social, muy al contrario, los ricos deben someter a los pobres y a los débiles, así ha sido siempre y así debe ser.
Se habla de la erótica del poder, pues Victoria la sentía por el dinero. La riqueza, era su debilidad ¡Ay, pobre Victoria! Pues le tocó vivir, precisamente tiempos de penuria y escasez.
La guerra, salvo para los vencedores, dejó un reguero de escasez y pobreza, de miedos y de silencios.
Para colmo a Miguel le tocó luchar en el bando republicano, donde perdió parte de sus dientes, el pelo y sobre todo sus ideales de progreso y de modernidad, y todos aquellos valores que impulsaba La República, se diluyeron en la contienda y en la posguerra como azucarillo en el café. Aunque en un gesto de valentía y desafiando al régimen dictatorial del franquismo, conservo durante cuarenta años en un cajón su carnet de la UGT.
Sin embargo, su joven esposa, quedó atrapada en la fantasía del marquesado de Las Cabezuelas, en aquella infancia perdida de abundancia y lujo. Buscaba dinero bajo las piedras, disponer de dinero era su debilidad. Cuando Miguel cobraba algún trabajo acabado, hay resaltar que era un artista en su oficio un gran artesano, y él necesitaba liquidez para invertirlo en su negocio, pero Victoria dilapidaba buena parte del dinero en comprar regalos para todos, con el único objeto de recibir no sola las gracias de su receptor, sino el “si wana” vitalicio. Cuando esa no era la respuesta, para Victoria suponía una ofensa y automáticamente ya era mala persona y se convertía en diana de sus peores críticas.
Expresaba sus reflexiones en un tono mesiánico, sus opiniones eran sentencias. Sus ademanes justicieros, señalaban con el dedo índice de la mano derecha a su acusado particular. Su carácter dictatorial e intransigente hizo de ella una mujer de convivencia difícil.
Era histriónica, de las carcajadas compulsivas y pueriles sin justificación pasaba a la mirada atravesada cuando algo era contrario a sus criterios. Jamás decía una palabra malsonante, pero a veces sus palabras sonaban como golpes de martillo sobre su interlocutor cuando este no compartía su opinión, hablaba entre dientes intentando disimular su desprecio ante los demás. En general era fría y poco afectuosa, pero cuando le interesaba ganarse los favores de alguien no dudaba en regalar los oídos interesadamente, hasta el empalago.
A cualquier hora del día o de la noche, invocaba al altísimo en voz alta, pidiendo perdón por los pecados propios y ajenos. Realmente era… muy peculiar, desde luego a nadie dejaba indiferente. Algunos vecinos la conocían como “La loca” cuando escuchaban sus despectivos y comentarios y sus ideas trasnochadas.
La naturaleza la dotó de buena salud, siempre buscó ante todo su comodidad, murió octogenaria y sola, pues las relaciones con la familia eran muy complicadas. Aunque, a pesar de su carácter, todo el mundo la trataba siempre con respeto. Sus hijos procuraron que no sufriera estrecheces económicas y le visitaban con relativa frecuencia. Quizás sea cierto el refrán popular: “Quien siembra vientos, recoge tempestades”. Pero tuvo suerte, mientras dormía el Altísimo le abrió las puertas de la gloria con la que había soñado toda su vida.
De haberla conocido, Galdós le hubiera dedicado una novela. Su pluma habría dibujado como solo él sabía el escenario, los personajes que le rodearon, sus diálogos y el contexto social de la vida de Victoria, todo un personaje de leyenda.