La risa

 

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Autora: Pilar Sanjuán Nájera

La risa define a las personas, tanto como la mirada, la conducta, la conversación o los gestos.

Es un gustazo observar la risa de la gente.

Reír es una verdadera terapia: descarga tensiones y nos acerca a los otros. Pero cada vez se ven más caras serias con rictus de preocupación y amargura. Las dificultades de la vida van en aumento y por desgracia, para muchas personas, tener motivos de alegría es casi un lujo. Los jóvenes, afortunadamente, ríen aún con optimismo, un poco inconscientes, eso sí, del futuro que les aguarda.

De todas formas, hay personas con la risa más fácil, por su carácter alegre. Su cercanía nos ayuda porque esa vitalidad es contagiosa y espanta las sombras y nubarrones que otras tendemos a ver a nuestro alrededor.

Durante las sesiones de nuestros relatos me fijo mucho en cómo ríen todas y todos. Es bonito observarlo.

Me vais a permitir que haga un comentario sobre la risa de los que más conozco:

Antonio Cobos, no suele reír, lo que se dice reír. Más bien lo que hace es sonreír con algo más de amplitud. Su cara siempre tiene una sonrisa; cuando esa sonrisa se acentúa, es porque está riendo. Más ríe con los ojos que con la boca. Antonio es comedido en todo: en sus opiniones (jamás intenta avasallar a los demás imponiendo las suyas), en su tono de voz, que no levanta nunca, en su manera de expresarse; es la contención en persona y claro, también en su risa.

Elena es todo lo contrario. La risa de Elena es explosiva, lo invade todo. Cuando ríe se oye alrededor de su persona un eco que dura algo más que sus carcajadas contundentes. Su risa es como ella: fuerte, decidida, enérgica. Envidiable, en una palabra. Oírla reír regocija.

Inma tiene una particular forma de reírse: se le enciende la cara con un rubor (a veces también le asoma debido a su timidez) que le favorece mucho. La risa le llega hasta la raíz de su exuberante y bello pelo pelirrojo, le riza los ojos, le arruga la nariz y le chispea como un halo: es un gozo verla reír.

Rafi, cuando ríe de verdad porque está en vena, se ríe con todo su cuerpo; acompaña la risa con manoteos, se levanta, se contorsiona, a veces hasta se da una vuelta completa y vemos su risa por delante y por detrás flotando. Se emociona de tal manera que le cuesta volver a encontrar la compostura.

Patro es la de risa más fácil. Parece como si la tuviera siempre preparada y a punto. Su boca está distendida continuamente, así que no le cuesta trabajo abrirla del todo y enseñarnos sus dientes perfectos, riendo con ganas con cualquier motivo; muestra especial gozo si es su nieta la causante de su alegría (como si sólo ella tuviera una nieta…). En fin, la risa de Patro es una risa feliz (¡qué envidia!).

Y ahora, hablemos de Rosa, mi amiga Rosa, la pizpireta Rosa. Es la suya la risa más pícara con diferencia. Su sentido del humor, muy agudo por cierto, le ayuda a encontrar muchos motivos de risa. Se ríe con los ojos, con la boca, con los movimientos vivarachos de su cabeza. Contagia. Cuando termina de reír, queda en su boca alguna carcajada bailando, que se resiste a desaparecer.

A Cristina le ocurre algo parecido a Antonio. El rostro de Cristina está siempre adornado de una sosegada y amable sonrisa (no me lo puedo imaginar crispado por la ira). Esa expresión sonriente es fruto de su paz interior, sin duda. No es de risa alborotada ni ruidosa Cristina. Sus ojos tienen siempre la misma mirada: cuando sonríe o cuando ríe. Ella jamás se descompone.

Mari Carmen Sánchez es la prudencia personificada, siempre: al reír o al sonreír. Para saber si ríe, hay que mirarla de frente, porque su risa es silenciosa y sensitiva. Nada en Mari Carmen chirría, ni es áspero, todo es contención. Nunca ríe a carcajadas como su amiga Elena. En Mari Carmen no existen estridencias. Ni siquiera cuando baila tangos con su atractivo marido pierde la compostura (y eso que el tango es un baile sensual donde los haya). Ella sonríe mientras baila, ajena a las emociones que despierta.

A Herminia la conozco menos. Cuando la he visto reír me parce la risa de una persona buena, cabal, nada aspaventosa, sencilla y sincera. Detrás de todo eso hay sin duda un gran corazón. Sé que hace buenas obras con el prójimo. Seguramente su risa ha paliado el sufrimiento de más de un ser necesitado de afecto, ¿qué mejor dedicación se le puede dar a la risa?

Antonio Menéndez para mí es como el Guadiana, que aparece y desaparece; es escurridizo y un poco esquivo (o lo parece). Cuando viene – con no mucha frecuencia – nunca se sabe si está o no está. Lo he visto reír, pero menos veces que a los demás. Me ha parecido que tiene una risa socarrona, un punto irónica; sus ojos se llenan de una malicia bondadosa. En fin, mi diagnóstico no es definitivo. He de observarlo más.