A veces

 

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Autora: Carmen Sánchez Pasadas

A veces lo único que puedes hacer es marcharte. Lo sabía, pero no lo hice. Y esperé.

Esperé estar equivocada. Que lo que decías no estuviera dirigido a mí. Que tus palabras suplicantes, deseosas de ser comprendidas; sin embargo decisivas, no anidaran en mi pelo que todavía guardada el calor de tus manos. Aún permanecía sobre mis ojos tu mirada, tu respiración seguía meciendo mi cuello y tus labios continuaban jugando en mi espalda.

Esperé que el tiempo volviera hacia atrás, que lo que estaba oyendo no hubiera sucedido y todo fuera como antes. Oí tus susurros acallando mis risas, vi nuestras huellas dibujadas en la arena y sentí tu calor inundándome.  Mientras hablabas, las preguntas se agolpaban en mi mente. ¿Cómo podría olvidar tantos momentos compartidos, que tú ya habías abandonado? ¿Dónde estuve para no ver la brisa fresca que te arrastraba lejos? ¿Cuándo mi piel dejó de ser terciopelo para tu roce? ¿Por qué las fresas maduras abandonaron mi aliento? Y lo que más ardía en mi mente: ¿Por qué tus remordimientos, disfrazados de atenciones nuevas, no me  avisaron?

Esperé que la luz de aquel día no me tocara, que el olor que desprendías se quedara en tu piel y que mi orgullo herido, se tragara las lágrimas antes de asomar a mis ojos.

Esperé… Fui a decir algo, pero me detuve. Pensé en días lejanos, atrapados en devociones antiguas, felicidades distraídas y pesares cercanos. Recordé mañanas de prisas, tus éxitos, ajenos a mi nombre y silencios largos. La ira asomó a mi boca, pero me detuve.

Mi espera sólo la recogió el aire, llenó el vacío y lo hizo tan grande que no pude respirar. La tarde perdió el color, como mi vida el camino, como la sombra su dueño. En la casa y en mi alma entró la noche.

Luego del amanecer, la luz trajo la calma. Dejé de sentirme pequeña y volví a tener mi propia sombra.