Pecando

Mesa de los pecados capitales de Hyeronimus Bosch

Autora: María Gutiérrez

En nuestras vidas todo aparentaba marchar bien, hasta el momento en que me enteré que mi marido me engañaba con otra mujer. Mi primera reacción fue dejarlo. La ira y la soberbia me bloquearon por completo. Sentía mucha rabia y tristeza al pensar que algún día se planteara irse con ella. Luego en frío, pensaba que podía ser algo fugaz, nada serio, sólo un entretenimiento pasajero e intentaba seguir mirando hacia el frente ya que mi deseo era seguir junto a él.

Cuando nos conocimos, los dos teníamos pareja. Me dejé llevar por su atractivo. Puede parecer exagerado, pero me enamoré de él a primera vista. Hacía tiempo que tener delante a un hombre como él, no me ponía tan nerviosa, notando que era algo recíproco. No tardamos en encontrar la ocasión de volver a vernos, esta vez en una cafetería, disfrutando de un té con pastas, sin prisa por ambas partes porque este encuentro acabase. Entre otros temas hablamos de su mujer y de mi novio, aunque en el fondo, era lo que menos nos apetecía a los dos.

Ahora mi marido intentaba hacerme razonar. «No creo que haya nada de malo en desear a otras personas», decía tranquilamente. Yo por el contrario pensaba y le decía lo bien que se le estaba dando hacer sufrir a las personas que quiere. Sentía un dolor inmenso, sólo tenía ganas de llorar; nunca había sentido tantos celos. Me volvió a recordar que él y yo nos habíamos conocido por medio de una infidelidad mutua. «Ya sabes que a veces necesito estar donde no debo estar. No puedo ser fiel, pero tampoco quiero engañarte. Prefiero ser claro, sin tapujos ni mentiras». No pusimos condiciones, quizás por pereza, conformándonos con aceptar esa libertad. He llegado a pensar que en el fondo soy un poco avariciosa por pretender que solo fuera para mí.

(Tema: pecados capitales)

Pecando

Confesión de John Opie

Autor: Antonio Cobos Ruz

No deseaba saber el porqué. Le daba igual encontrar una respuesta o no a lo que experimentaba. Sentía una fuerza inaudita que la empujaba a acudir a la iglesia a diario. Era una fuerza que no podía refrenar, pero además, no quería comprenderla. Sólo aspiraba a que llegaran las cinco de la tarde para coger su velo y su rosario y decirle a su madre que se marchaba a rezar y a confesarse.

Los primeros días, la madre, una mujer muy religiosa sin llegar a ser beata, estaba especialmente feliz de que a su hija le hubiese surgido tan de repente ese fervor religioso tan poderoso, máxime, cuando hasta entonces no había manifestado ningún interés excesivo hacia ese tema, sino más bien todo lo contrario. Pero pasado un tiempo, la madre comenzó a preocuparse al ver a su hija cada vez más obcecada por su afán de rezar.

A las cinco de la tarde la iglesia estaba vacía pero Mari, la chica a la que se le había despertado de golpe el instinto religioso, entraba y observaba con cuidado que efectivamente no había nadie. Acudía derecha a la parte izquierda del confesionario, aquella que estaba en el rincón y que le permitía no ser vista aunque alguien se adentrara en el templo. Y allí, confesaba y confesaba todo lo que había estado pecando de pensamiento desde el día anterior pues no quería ocultarle al joven cura el mínimo detalle de todo lo que deseaba de una manera irrefrenable. Le explicaba minuciosamente lo que le gustaría hacer y con quién le gustaría hacerlo. Ambos escuchaban a diario sus respiraciones jadeantes. La temperatura del confesionario aumentaba a medida que avanzaba el verano y a finales de la estación veraniega, el cura colgó los hábitos. Llevan tres años casados y tienen tres niños preciosos.

Los vecinos de enfrente

La envidia, detalle de Los siete pecados capitales de Brueghel el Viejo

Autora: Elena Casanova Dengra

Todas las mañanas, a la misma hora, echaba un vistazo a través de la mirilla hacia el pasillo para admirar un día más el conjunto de mi vecina de enfrente. Cada jornada era una sorpresa. Envidiaba sinceramente su forma de vestir, de arreglarse, ese magnífico porte colgada del brazo de su marido camino del trabajo. Luego abría mi armario y sentía una rabia que rayaba el odio por esa mujer que parecía tenerlo todo: un buen negocio, un cuerpo perfecto, el mejor esposo.

Cuando coincidíamos en la peluquería, nos contaba la suerte de tener una pareja como la suya. Le elegía la ropa, zapatos y complementos, le asesoraba en el peinado, cuidaba su dieta. Nos quedábamos embobadas escuchándola dejando que un hilo de saliva imaginario resbalara por la comisura de nuestra boca. Qué triste volver a casa y encontrar a mi pareja en pijama, tirada de cualquier modo en el sofá, con una cerveza en la mano y peleando con los árbitros. Entonces se me caía el cielo encima, maldecía una y otra vez mi mezquina vida compartida con un inepto que apenas se fijaba en mí, con dos mocosos de cinco y tres años y un trabajo para tirarlo al cubo de la basura.

Me pareció extraño no verlos una mañana, eran muy puntuales. Quise tocar en la puerta por si había sucedido algo, pero no me atreví porque sospecharían de mi espionaje. Al oír ruidos en el portal, salí al rellano y vi a varios policías y un par de sanitarios. Pregunté, pero no me aclararon nada. Más tarde, vi a mi vecino esposado y demasiada sangre en las paredes y suelo y lo que parecía una cabeza cercenada al final del pasillo.

(Tema: siete pecados capitales)

Microrrelato: La guerra

Cuando regresó de la guerra y abrazó a su hijo de dos años, se preguntó por primera vez y con verdadera angustia a cuántos niños de la misma edad había aniquilado en el frente.

Delito en cadena

La avaricia, detalle de Los siete pecados capitales de Brueghel el Viejo

Autora: Amalia Morales Montalbán

Sonaban las chapas en lo alto del cobertizo que había junto a la casa de Dª Manuela, nacida en un pueblecito de la Alpujarra granadina, lugar tranquilo donde se crió. Su vida estuvo llena de mimos y atenciones al ser hija única. En el pueblo los apodaban los “ joyitas”, su abuela, su madre y posteriormente su hija, siempre estaban envueltas en alhajas, pendientes, collares de perlas, pulseras, sortijas y un broche que otro de diamantes y brillantes heredado de sus antepasados. Ahora a su avanzada edad su única afición era verlas día tras día.

Cándido su vecino planeaba desde hacía tiempo como poder entrar a su casa y hacerse con aquel arsenal de lujosas joyas. No se dejo esperar guiado por un impulso irrefrenable al ver a la hija de Dª Manuela cerca del cobertizo con un gran cordón y una medalla de oro preparando un gran ollón de comida para sus cerdos.

Saltó por la tapia, entró por una ventana y con premura lleno sus bolsillos junto a su boina de todas las ahajas que pudo recopilar. Dª Manuela reposaba en su silla de ruedas, el ruido la despertó y con todas sus fuerzas gritó y gritó.

__ ¡Al ladrón! Cándido huyó por una ventana saltando como pudo en las chapas que había en lo alto del cobertizo, estas se despegaron y se partieron cayendo justo encima del perro que descansaba apaciblemente. El animal se llevó tal susto que salió espavorido con un collar de perlas entrelazado en las orejas. Su hija venía en ese momento con el perolón hirviendo, chocó con el pobre animal derramándose todo el guiso sobre sus piernas.

Cándido se quedó impactado al ver aquel panorama, huyó adentrándose en los pinares, esperó y esperó a ver que ocurría, solo pudo oír una ambulancia que llegaba a toda velocidad, seguro a socorrer a Adela.

Como pudo, caminó con la intención de acercarse a la carretera volviendo a escuchar la ambulancia que venía de vuelta. Atolondrado y con visión doble por la caída, cruzó justo cuando esta pasaba a toda mecha, atropellándolo sin que se percataran los conductores de haber topado con ningún obstáculo.

Cándido quedó en la cuneta malherido después de haber impactado con un árbol donde había un gran panal de abejas, dejándolo como un colador.

Al fin despertó en el hospital después de dos días inconsciente. Milagrosamente estaba vivo y sintiéndose seguro, confiado. Cuando su visión entró en fase de totalidad pudo ver a su vecina Adela que le propinó tal bofetón que lo dejó otra vez, en no se sabe dónde.

(Tema: siete pecados capitales)

Manual del pecador

El día después de Edvard Munch

Autora: Rosa María Moreno

Puede que al leer este panfleto, te veas reflejado en él. O peor, una guía de orientación para cometer todo tipo de faltas, pecados, delitos o simplemente, pequeños deslices. Si no te ves en este espejo imaginario, ¡En hora buena! Eres firme candidato a engrosar la lista del santoral. Todo dependerá de la talla de tu conciencia y de los códigos morales de la sociedad en la que vivas. Porque ya se sabe, que esto del pecado es muy relativo. En los países católicos es pecado la poligamia, en cambio para los musulmanes, es casi un precepto, para los varones claro, porque las mujeres son castigadas cruelmente, si se les ocurre transgredir les estrictas reglas de la “Sarria”. ( una especie de código penal)

INTRODUCCIÓN AL CUESTIONARIO PECADO

— Comienzo el día remoloneando en la cama, como si las sabanas fueran adherentes. A lo largo de la mañana, miro los cristales y pienso: va llover pronto, no es conveniente limpiarlos. Algo parecido me ocurre con las lámparas y zonas altas. El médico me ha prohibido las actividades domésticas de riesgo ¡Uff que pereza!

— En la urbanización, me cruzo con Angelita, 48 exuberantes años, un bellezón, inteligente, simpática, trabajadora, cariñosa. Es envidia en grado superlativo ¿Sana? Nada de eso, de la más rastrera.

— Siguiendo por la senda del pecado, en la piscina algunos días coincido con Iván, que además de su anatomía prodigiosa y su irresistible atractivo, es un encanto. Tierno, cariñoso, servicial ¡Ehhhh! En el buen sentido! Siempre me saca de apuros en mis incompetencias digitales, que no son brechas sino cárcavas ¿Qué, cuando le veo tengo pensamientos impuros? ¡Por supuesto! Además, según me cuenta algunos días, en su casa, limpia los cristales, pasa la aspiradora, plancha y cocina. ¡Oh por favor! Yo quiero uno igual en casa Y sííííí, desearía al marido de mi prójima. Eso no es pecado, es necesidad.

— Parece que mi repertorio pecador es amplio y variado. Siempre que paso por el jardín de Lina, siento unas ganas irrefrenables de hacer un Cifuentes con sus limones. Total si el limonero está cargado, no creo que se ofenda por 2 o 3 limones menos.

— Algún acto impuro que otro, también he cometido, eh. Cuando el precio del aceite de oliva se disparó a la estratosfera, comencé a mezclarlo con el de girasol, pero solo freír.

— Tengo que decir que las fiestas las santifico normalmente con una excursión a la montaña o al llano, pues sinceramente he sentido la presencia de Dios en la naturaleza mucho más que en cualquier templo por bella y abigarrada que pueda ser su decoración.

— De cuando en cuando, alguna mentira, se escapa cuando me cruzo con mi vecina recién peinada de peluquería con la cabeza como una choza, escardada y lacada a discreción – ¡Trini , estas guapísima! Pero es una mentira piadosa. Los inocentes engaños son, una forma de supervivencia. Los políticos lo hacen a diario, y siempre hay gente que les aplauden. Mi reflexión filosófica: “Miento, luego Existo”.

— Confieso que soy incapaz de matar a nadie, aunque con las moscas, arañas, cucarachas y mosquitos soy implacable, con la ayuda de “Raid” y otros aliados.

— Pero creo que mi deseo más dulce y pecaminoso, es zambullirme en una bañera de natillas aromatizadas con vainilla y canela ¡Uhmmmmm! (Cleopatra lo hacía en leche de burra). En época estival lo haría en un barril de cerveza, siempre y cuando no sea Cruz Campo. Esto es gula y no precisamente del norte.

Pues este sería mi autorretrato. Sinceramente, creo que mi repertorio pecador aunque amplio, no tiene entidad para condenarme al fuego eterno. ¡Que la historia me juzgue!

Pero, ¿No creen ustedes que los grandes y verdaderos pecadores, están ahí fuera campando a sus anchas? Hablo de dictadores y oligarcas, de los señores de la guerra que para conseguir sus fines justifican los medios más crueles. Hablo de genocidas y exterminadores de pueblos y etnias, de inocentes. Hablo de violadores, defraudadores de guante blanco, narcotraficantes, mafiosos, explotadores, pederastas, maltratadores y asesinos de mujeres y niños. Ojalá se pudran en los infiernos penitenciarios.

¡¡Oh, Señor, no les perdones, porque ellos sí saben lo que hacen!!

(Tema: los pecados capitales)

Mis pecadillos

Los siete pecados capitales de El Bosco

Autor: Antonio Serrano Fontana

Confieso mis espantosos pecados anti-natura bajo la mirada del Santo Tribunal de la Inquisición de las Redes Sociales: he hecho daño de forma consciente y en muchas ocasiones a un ser vivo (o medio muerto, o en hibernación). Admito que en mi más tierna infancia, antes incluso de fundarse este alto Tribunal, lo cual no invalida su autoridad, he cazado, torturado y asesinado por placer tanto como por malsana curiosidad decenas de lagartijas (nombre científico podarcis hispanica), escarabajos (en general, de la familia coleóptera), saltamontes, ratones, ranas, pajarillos…, y una larga lista que repugnaría incluso al espíritu menos animalista. A continuación describo sucintamente mis malvadas actividades, para que sirvan de ejemplo esclarecedor a todos aquellos que se apartan del recto camino marcado por los benditos foros de Internet, alabadas sean siempre las plataformas de los ciento cuarenta caracteres, los diez segundos de los videos breves y la música relajante yutubita (no se pronunciará aquí su santo nombre en vano y menos por un réprobo como yo).

Remontándome a mi época escolar, y sin pretender justificarme en la supuesta inocencia de aquellos mis primeros y oscuros años, recuerdo en particular, y esta rememoración llena ahora la parte animal de mi alma de turbación y angustia, que salía al recreo gritando insensateces, con la única intención de capturar la mayor cantidad posible de seres vivos. La especie variaba según los días de la semana y las estaciones. Los lunes le tocaba sufrir a las lagartijas, en especial las mañanas de otoño e invierno, cuando estos graciosos animalitos serpentinos están más aletargados. En verano resultan más difíciles de capturar… Los escarabajos, los gusanos y las ranas del estanque de aguas podridas donde nos bañábamos sin recato y sin higiene sucumbían las tardes de los martes de verano. Los miércoles y jueves de cualquier época del año, junto con el bocadillo relleno de sucedáneo de chocolate o chorizo picante (y a veces entre el pan de la merienda), perecía algún ratón o cucaracha habitantes de la cocina de los curas. Los viernes de primavera le tocaba a las pobres lombrices de tierra, tan humildes y calladas ellas…

Naturalmente, había más infantes como yo con esas dañinas pretensiones, no he sido el único que ha masacrado cualquier especie no humana por placer, pero eso no me exculpa para nada. Sí mencionaré aquí al ser inmundo que me inició en estas prácticas a los seis años, aquel al que llamábamos, en nuestra corta lengua de niños malcriados, y aún me cuesta pronunciar tan soez apelativo, el gogíguez. Espero que aquel gogíguez que me pervirtió se esté pudriendo en el más profundo pozo petrolífero del infierno ecologista, junto con algunos directivos de grandes compañías gasistas.

¿En que consistían las atroces torturas que infligíamos a estos inocentes seres? Espero poder describirlas a pesar del asco y la nausea que me invaden ahora al traerlas de nuevo a la mente. En particular, las que más sufrían eran las pobres lagartijas. Aquellos desdichados niños teníamos mucha imaginación y tiempo libre para urdir toda una panoplia de ensayos atroces para practicar con ellas. Lo más básico y menos dañino, si puede decirse, era observar cómo los reptiles se desprendían de sus colas al saberse capturados. Esta estratagema nos fascinaba, porque durante largos minutos los rabos verdosos seguían moviéndose y serpenteando por el suelo como con vida propia… Luego probábamos a provocar luchas entre gatos y lagartijas o a colocarles un petardo en la boca (uff), o las obligábamos a fumarse un cigarrillo para verlas después arrastrarse, borrachas de nicotina y terror, por el sucio suelo del aula…

Los escarabajos, con su duro caparazón negro, aguantaban extenuantes pruebas de fuerza, arrastrando carritos cargados de chinos o soportando el peso acumulado de muchas piedras para comprobar su resistencia…

Aquellos tiernos salvajes inventamos el famoso principio de la rana hervida… Experimentábamos con una docena de ranas introducidas en un puchero desportillado, tapado con el peso de una piedra para que los anfibios no escaparan y puesto con agua fría al fuego de una hoguera sorda para que se calentara despacio hasta hervir. La rana que sobrevivía al líquido en ebullición era devuelta a su medio y vitoreada como una heroína…

¿Y qué decir de las lombrices de tierra enrolladas como fideos en un palito y dejadas como regalo por una mala nota en un cajón de la mesa de alguna profesora o en una gaveta no tan oculta dónde el director del colegio guardaba su petaca de aguardiente milagroso?

(Tema: los siete pecados capitales)

MICRORRELATO

MOSCAS EN UNA TELARAÑA

Esta noche, en el autobús que avanza lento bajo la lluvia, un obrero cubierto de cal está tan cansado que ni siquiera piensa en el hijo recién nacido que le espera en su casa. Un hombre flaco pela naranjas y las come con una boca sin dientes. Como moscas en una telaraña invisible, ambos han quedado atrapados sin saberlo en la trama tenaz de este relato y nunca podrán escapar de ella…

Matar o no matar

El sacrificio de Isaac de Caravaggio

Autora: Mercedes Prieto Jaén

Se imaginó a sí misma cual chica Bond, pero en bañador en vez de biquini que los años ya no son los mismos, sacando una pequeña pistola y con su mejor sonrisa disparándole directo al corazón.

Es que no puede ser que la forma de entablar conversación, con una compañera de viaje del Imserso, sea empecinarse en que vea en el móvil cómo se matan a los marranos en China, de manera tan diferente a como se hace en su pueblo de “Graná”. Haciendo caso omiso del poco interés que tenía ella en el tema, él no cesaba de insistir, acercándole el móvil a la cara por si el problema estuviera en la falta de visión de ella. Llegándole a contar que a su señora también le atraía mucho ese tipo de vídeos y que se pasaban muchas tardes viéndolos.

Ella se maldecía por haber bajado al salón de baile y haberse sentado al lado de ese individuo, que a estas alturas ya no le parecía ni persona.

Afortunadamente llegó el dj, empezó a animar la fiesta, ella se puso a bailar y no tuvo que cometer el pecado de matar, que según en qué situaciones estaría muy bien perpetrar.

(Tema: Pecados capitales)

¿Qué sabemos?

La ira, detalle de Los siete pecados capitales de Brueghel el Viejo

Autora: Cecilia Morales Calvo

Era una tienda de pueblo, de aquellas antiguas en las que se vendía desde un muslo de pollo , hasta tubos y grifos, pasando por hermosos lazos de raso y zapatillas deportivas.

Esperanza entró aquel día buscando una diadema de perlas para adornar su rizada melena cobriza en la fiesta de cumpleaños de su amiga Ana María que se iba a celebrar esa tarde. Quería ir muy elegante y llamar la atención de Federico, al que en más de una ocasión había sorprendido mirándola con sus hermosos ojos verdes, mirada que le había hecho sentir un revoloteo de pájaros y alas en el estómago. Observó a César, el nuevo dependiente, apuesto, bien parecido, de facciones cuadradas, ojos grandes y cabello rubio que ya empezaba a escasear y a mezclarse con alguna que otra cana.

De pronto, tres hombres encapuchados irrumpieron de forma brusca en el local, sacaron sendos estiletes que llevaban ocultos y se dirigieron hacia sus víctimas: Esperanza, Federico, César, y con enorme brutalidad les asestaron múltiples puñaladas a todos. En un instante, los encapuchados, sobre el inmenso charco de sangre surgido a sus pies, dieron por victoriosa y consumada su venganza. Aquella tienda de pueblo, antigua y deteriorada, quedó transformada en un escenario digno de la mejor película de terror.

¿Era la ira por antiguos abusos lo que había conducido a aquella tragedia?¿Acaso fue la avaricia por el injusto reparto de la dichosa herencia? ¿ O quizá había sido el orgullo y la soberbia, su incapacidad para asumir que las víctimas, con sus innumerables vicios y defectos, eran mejores que ellos?

Nada se sabe .

(Tema: los siete pecados capitales)

Mi primera comunión

La soberbia, detalle de Los siete pecados capitales, de Brueghel el Viejo

Autor: Rafael García Guerrero

Intentamos vivir con nuestro pasado y sacar a la luz lo que vivimos, a mí me traumatizó. Recuerdo de mi infancia, a la edad de ocho años en uno de los actos más importantes de mi vida, era hacer la primera comunión.

Mi confesor, que yo veía como persona buena y humilde, era todo lo contrario. Un ser «todo soberbia, déspota y prepotente». Al ser preguntado por mis pecados, yo que era todo inocencia y puro, no supe qué responder. Todo altivo, me dijo: Que cuando supiera mis pecados haría la primera comunión.

Yo salí de la Iglesia compungido, llorando y triste, me refugié en los brazos de mi madre, que con mucho esfuerzo y dedicación me había comprado un traje de marinero y todo lo que la celebración conlleva. La gracia que le hizo a mi madre cuando se lo dije: «No podía hacer la primera comunión», ella con toda la ilusión y todo preparado.

Por la tarde fuimos al pueblo más cercano a que me confesara otro sacerdote, le conté las faltas que mi madre se inventó, pecados que no había cometido. Así comulgué, haciendo todo lo contrario de lo que dicta la Santa Madre Iglesia, mintiendo debido a un sacerdote soberbio, altanero y arrogante.

Hacía de todo menos seguir el estilo de Dios, ternura, misericordia, paciencia y cercanía. Además con el tiempo a todo el pueblo se lo hizo ver y demostró. Fue mi gran pecado, que con el paso de la edad, ha cambiado de ser mi culpa, a ser su maldad.

(Tema: pecados capitales)

El pecado

Vanitas con su espejo de Tiziano

Autora: Carmela Gutiérrez

A Marina no le gusta el pecado, ni la culpa, ni el arrepentimiento, ni la penitencia.

Ella habla de errores que hay que superar y ayudan al crecimiento personal.

A veces el dolor va implícito en el error, es un proceso natural no algo impuesto por terceros.

Reflexiona por ejemplo sobre la gula y lo ve como una historia de superación, una reflexión acerca de la salud.

La soberbia, la envidia, son actitudes negativas en las que procura no caer.

También reflexiona sobre el deseo y pone el límite en el daño que pueda ocasionar a otras personas o a la madre naturaleza.

Reflexionar sobre eso que nos daña a nosotros o a otros seres o al mundo que nos rodea, piensa que le hace persona. Y no lo hace por temor a la ira de ningún dios sino por respeto a sí misma y a los demás.

(Tema: Pecados capitales)