Autor: Antonio Cobos Ruz
“Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía. Sino justicia”.
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.
La joven diputada, accedió al puesto de oradores y en un primer momento no pronunció palabra alguna. Se consumía el tiempo que tenía asignado y no respondía a las indicaciones de la presidenta de la Cámara ni a los silbidos y las provocaciones de algunos miembros de los demás partidos. Cuando el silencio de la oradora se hizo evidente, con una cara triste y llena de amargura comenzó a manifestarse, logrando la escucha atenta de la integridad de la Cámara:
— ¿Para qué decir nada? ¿Para qué expresar en voz alta las necesidades no cubiertas de un elevado número de ciudadanos?¿Para qué justificar los motivos que nos impulsan a cuestionar que un pequeño número de privilegiados autóctonos y los grandes capitales internacionales, sin rostro humano, sean los que propongan, decidan y rijan las leyes que organizan nuestro país? Leyes que defienden sus propios privilegios y que pretenden perpetuar en sus estirpes la situación reinante.
Son en realidad un número reducido de familias e individuos que aceptan que se les aproximen personas que destaquen en la sociedad. Especialmente aquellos individuos que se hicieron ricos, como ellos, sin prestar una especial atención a la forma en que el dinero llegó a los bolsillos de los recién llegados.
Defenderán la democracia, la monarquía, la república, la dictadura e incluso el socialismo moderado si así consiguen mantenerse en sus puestos de privilegio. Controlarán medios de comunicación, intentarán dominar los servicios básicos del estado, dominarán los sectores imprescindibles para la sociedad, regularán aquellas necesidades básicas de los ciudadanos. Todo ello, para asegurarse una entrada fluida y constante de capital e influencias. Pues, necesitan cantidades ingentes de lo uno y de lo otro para mover a tantos políticos, periodistas, jueces, profesionales de prestigio, fuerzas del orden, …. Afortunadamente, un gran número de esos profesionales son íntegros e insobornables.
Y no solo controlan por vías económicas. Hay otros medios. El más a mano, el control de la jerarquía religiosa. Da igual la religión que sea, la que más arraigo tenga en una sociedad determinada. Es un elemento casi óptimo para mover a grandes masas humanas, ya sea contra otra religión, otra ideología o diferentes capas sociales —judíos, musulmanes, gitanos, inmigrantes, negros—, siempre se encontrará un chivo expiatorio que desvíe la atención de los ciudadanos para que en la solución de sus problemas no queden afectadas las clases privilegiadas. Otro instrumento interesantísimo es el fútbol, como podría ser cualquier otro deporte. Mientras discutan de fútbol no hablan de otras cosas.
—Señoría, termine su exposición. Su tiempo ha terminado —interviene la presidenta de la Cámara.
—Ya termino, señora presidenta. Pero en lugar de discutir sobre las vidas privadas de los miembros de los partidos rivales o de distraer a los ciudadanos para defender a las élites económicas, propongo diseñar honestamente entre todos, o al menos, entre la mayoría social, una sociedad mejor que la que recibimos. Esta necesidad de “cambiar el mundo, no es locura, ni utopía. Sino justicia”.