Juan

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

En la avenida donde yo vivo hay bancos por una de sus aceras; paseo con mi andador y me siento con frecuencia en alguno de esos bancos. El que más uso está frente a una panadería; cuando no hay clientes en ella, el panadero, que es un hombre como de unos 50 años, delgado y ágil, sale a la puerta y de dos zancadas, sorteando con mucha habilidad los coches que pasan, atraviesa la avenida y se sienta en el escalón del portal que hay junto al banco donde yo estoy, como si lo respetara, dejándomelo para mí sola. Tantas veces hemos coincidido, que ya nos saludamos como vecinos. A la una en punto cierra la panadería y se va de tres formas: unos días en patinete, otras en bici y otras en una pequeña furgoneta con el nombre de la panadería.

Me intriga la vida de este hombre. Hasta aquí, todo lo que cuento es real. Ahora inventaré lo que sigue.

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Juan, el panadero, cuando se va en patinete o en bici, lleva una bolsa blanca de plástico, y en ella se translucen varias barras de pan y alguna otra cosa que no se adivina. Vive en el Barrio de San Pedro, lugar no muy lejano de la panadería, por eso lo del patinete y la bicicleta. Llega a su casa y saca el contenido de la bolsa: dos barras de pan, dos bollos redondos para bocadillos y una bolsa de ochíos medianos. Los bollos son para su mujer, a la que le entusiasman.

La mujer de Juan se llama Antonia y tiene 42 años. Es ama de casa a tiempo completo y todo lo atiende con prontitud y esmero. Tienen dos hijas: Adela, de 13 años, que estudia en el Instituto, y Juanita, de 18 años, que ha empezado en la universidad. Este verano aprobó el carnet de conducir y sus padres le han comprado un coche de segunda mano, con el cual va a Jaén todos los días a sus estudios. Ambas jovencitas son estudiosas. Se dan cuenta del sacrificio de sus padres, que siendo de condición humilde, quieren para ellas una vida mejor y les están dando estudios.

La casa donde viven en el Barrio de San Pedro es similar a las de todo el barrio: modesta pero cómoda. Está orientada al sur y tiene dos plantas; arriba los dormitorios y un baño y abajo el portal, la cocina-salón, un lavadero y un gran patio cubierto por una parra. Además, otro baño espacioso.

La familia come y hace la vida en la cocina-salón, que tiene una gran chimenea, sofás y cómodos sillones. El mobiliario de toda la casa es sencillo. En los dormitorios de las jovencitas hay grandes carteles de famosos cantantes (no falta Rosalía) y de actores jóvenes y guaperas, como Mario Casas y Juan Diego Botto.

Antonia, la mujer de Juan, procura tener la comida hecha para las 13:30. Su marido come y se duerme una larga siesta. Todos los días se levanta a las 3 de la mañana y se va al horno a preparar el pan y la variada bollería, con la ayuda de un hermano y dos jóvenes; tienen clientela no sólo en Úbeda, sino en varios pueblos de alrededor. El hermano de Juan, Manolo, es también el encargado de repartir el pan por Úbeda; de los pueblos llegan furgonetas que se lo llevan y Juan se encarga de atender a la numerosa clientela que desde bien temprano compran de todo para llevárselo al campo.

Juan es de carácter apacible, y como todo tendero, ha de derrochar paciencia con la clientela, que no siempre es amable; viene con frecuencia una clienta que se llama Carmela, que lo saca de quicio con sus comentarios siempre negativos, dichos además cuando hay más gente en la panadería: “Ayer el pan estaba poco hecho y a los ochíos les sobraba pimentón”. A Juan se le retuercen las tripas y aguanta como puede esas impertinencias con una sonrisa forzada y sin rechistar; todo esto le produce una desazón que se agrava con el cansancio de estar toda la noche trajinando.

Cuando llega a su casa, a las 13:15, la mujer, viéndole la cara, ya sabe si ha habido alguna “Carmela” esa mañana. Lo recibe con cariño, le dice que se siente en un sillón y a los pocos minutos ya le tiene la comida en la mesa. Le habla cosas amables y jamás le comenta que se ha estropeado el grifo del fregadero, que hay una gotera en el baño de arriba o que ha llegado el recibo de la luz con una cantidad desorbitada.

En cambio, le dice que Adela ha sacado un sobresaliente en inglés y que Juanita conduce con toda prudencia.

A Juan, raramente se le nota el rostro sombrío; cansado sí, pero cuando se levanta de la siesta ya está de lo más afable, preguntándoles a sus hijas por los pequeños acontecimientos del día.

Sábados y domingos tienen la costumbre de salir al campo, y si hace buen tiempo, comen sobre la hierba.

En fin, hacen una vida muy familiar los cuatro, aunque Juanita, de vez en cuando, se va con amigos y amigas a bailar; está en la edad y los padres son comprensivos.

Objeto inanimado

Autora: Amalia Morales Montalbán

Desde hace mucho nos observa,
mira hacia izquierda y hacia derecha,
es un espía controlador.

Muchos secretos tiene,
pero solo con la simpleza le basta,
lleno de colorido y mordaza.

Aunque sus ojos todos lo ven,
su boca grande
nunca habló ni se expresó.

Solo con observar le basta
sé lo que piensa, lo que quiere,
sus ojos lo delatan.

Hacia la izquierda, hacia la derecha,
cuando colgado estuvo
su risa solo yo la pude oír.

Y sus ojos como el péndulo de un reloj,
repitiéndose una y otra vez
Me transmiten que no se quedará en el desván.

Su impaciencia es inagotable,
me agrietaré hasta desvanecer,
Sus serpentinas desharé.

No me mires así, ni me amenaces más,
que siempre sentí miedo de tu despertar
y ojos rojos pondrás.

Quiero que me prometas que quedarás,
paralizado y soñador,
soltando el arte que el artista plasmó.

Bonito marco te pondré y
buena capa de barniz
para que luzcas sin fin

Ya casi ochenta años tienes,
tu belleza y ocultismo siguen en pie
¿quién utilizó las máscaras?

Quién se sació de diversión,
Y quedó atrapado en él,
¿será el espíritu del carnaval?
O un amor que nunca salió a la luz,
camuflado quedó,
y detrás de una máscara se ocultó.

Será el pintor que lo pintó
que quiso dar tanto de él
que hasta vida le dio.

Ya luces como tú querías,
un foco te alumbra para resplandecer,
pero tus ojos siguen de izquierda a derecha,
de derecha a izquierda.