Autora: Mercedes Prieto Jaén
Conocí a Lucy cuando me acababa de quedar viudo. Era de abundante pelo negro, ojos verdes, cuerpo grácil, movimientos ágiles y elegantes y muy silenciosa. Su nombre me encantó porque me recordaba a la canción de los Beatles Lucy in the Sky With Diamonds. Una de sus pequeñas manías era que siempre se estaba limando las uñas, algo que me llamaba mucho la atención, ya que mi difunta Mercedes apenas se las cuidaba.
Tuve que cambiar mis hábitos, porque durante mis años de matrimonio cuando nos despertábamos mi mujer o yo, el primero que llegaba a la cocina ponía el café y recogía los cacharros sucios de la cena, en cambio ahora Lucy siempre me solicitaba que le preparara el desayuno, el almuerzo y la cena. No me importaba: era tan feliz a su lado. Cuando estaba en casa ella siempre me acompañaba de una habitación a otra y si me sentaba en mi sillón favorito a leer, ella se sentaba en mi regazo y me pedía caricias continuamente. Parecía tener un sexto sentido para detectar si yo había tenido un día bueno, malo o regular; sobre todo parecía anticiparse a mi tristeza. A pesar de haber empezado a convivir con Lucy, no dejaba de echar de menos a Mercedes.
Cuando llegaba la noche se metía conmigo en la cama, acurrucaba su cuerpo al mío y yo al sentir su lengua por mi cara y su calor, caía en un sopor profundo hasta el día siguiente.
Hasta que pasado un tiempo empecé a sufrir estornudos, dolor de garganta, ojos llorosos, congestión nasal y erupciones en la cara. El médico empezó a tratarme como si fuera un gran resfriado, pero una vez transcurrido una temporada de varios meses no mejoré. No me quedó más remedio que someterme a un test de alergia.
El resultado fue un gran mazazo: era alérgico a los gatos.