Mis pecadillos

Los siete pecados capitales de El Bosco

Autor: Antonio Serrano Fontana

Confieso mis espantosos pecados anti-natura bajo la mirada del Santo Tribunal de la Inquisición de las Redes Sociales: he hecho daño de forma consciente y en muchas ocasiones a un ser vivo (o medio muerto, o en hibernación). Admito que en mi más tierna infancia, antes incluso de fundarse este alto Tribunal, lo cual no invalida su autoridad, he cazado, torturado y asesinado por placer tanto como por malsana curiosidad decenas de lagartijas (nombre científico podarcis hispanica), escarabajos (en general, de la familia coleóptera), saltamontes, ratones, ranas, pajarillos…, y una larga lista que repugnaría incluso al espíritu menos animalista. A continuación describo sucintamente mis malvadas actividades, para que sirvan de ejemplo esclarecedor a todos aquellos que se apartan del recto camino marcado por los benditos foros de Internet, alabadas sean siempre las plataformas de los ciento cuarenta caracteres, los diez segundos de los videos breves y la música relajante yutubita (no se pronunciará aquí su santo nombre en vano y menos por un réprobo como yo).

Remontándome a mi época escolar, y sin pretender justificarme en la supuesta inocencia de aquellos mis primeros y oscuros años, recuerdo en particular, y esta rememoración llena ahora la parte animal de mi alma de turbación y angustia, que salía al recreo gritando insensateces, con la única intención de capturar la mayor cantidad posible de seres vivos. La especie variaba según los días de la semana y las estaciones. Los lunes le tocaba sufrir a las lagartijas, en especial las mañanas de otoño e invierno, cuando estos graciosos animalitos serpentinos están más aletargados. En verano resultan más difíciles de capturar… Los escarabajos, los gusanos y las ranas del estanque de aguas podridas donde nos bañábamos sin recato y sin higiene sucumbían las tardes de los martes de verano. Los miércoles y jueves de cualquier época del año, junto con el bocadillo relleno de sucedáneo de chocolate o chorizo picante (y a veces entre el pan de la merienda), perecía algún ratón o cucaracha habitantes de la cocina de los curas. Los viernes de primavera le tocaba a las pobres lombrices de tierra, tan humildes y calladas ellas…

Naturalmente, había más infantes como yo con esas dañinas pretensiones, no he sido el único que ha masacrado cualquier especie no humana por placer, pero eso no me exculpa para nada. Sí mencionaré aquí al ser inmundo que me inició en estas prácticas a los seis años, aquel al que llamábamos, en nuestra corta lengua de niños malcriados, y aún me cuesta pronunciar tan soez apelativo, el gogíguez. Espero que aquel gogíguez que me pervirtió se esté pudriendo en el más profundo pozo petrolífero del infierno ecologista, junto con algunos directivos de grandes compañías gasistas.

¿En que consistían las atroces torturas que infligíamos a estos inocentes seres? Espero poder describirlas a pesar del asco y la nausea que me invaden ahora al traerlas de nuevo a la mente. En particular, las que más sufrían eran las pobres lagartijas. Aquellos desdichados niños teníamos mucha imaginación y tiempo libre para urdir toda una panoplia de ensayos atroces para practicar con ellas. Lo más básico y menos dañino, si puede decirse, era observar cómo los reptiles se desprendían de sus colas al saberse capturados. Esta estratagema nos fascinaba, porque durante largos minutos los rabos verdosos seguían moviéndose y serpenteando por el suelo como con vida propia… Luego probábamos a provocar luchas entre gatos y lagartijas o a colocarles un petardo en la boca (uff), o las obligábamos a fumarse un cigarrillo para verlas después arrastrarse, borrachas de nicotina y terror, por el sucio suelo del aula…

Los escarabajos, con su duro caparazón negro, aguantaban extenuantes pruebas de fuerza, arrastrando carritos cargados de chinos o soportando el peso acumulado de muchas piedras para comprobar su resistencia…

Aquellos tiernos salvajes inventamos el famoso principio de la rana hervida… Experimentábamos con una docena de ranas introducidas en un puchero desportillado, tapado con el peso de una piedra para que los anfibios no escaparan y puesto con agua fría al fuego de una hoguera sorda para que se calentara despacio hasta hervir. La rana que sobrevivía al líquido en ebullición era devuelta a su medio y vitoreada como una heroína…

¿Y qué decir de las lombrices de tierra enrolladas como fideos en un palito y dejadas como regalo por una mala nota en un cajón de la mesa de alguna profesora o en una gaveta no tan oculta dónde el director del colegio guardaba su petaca de aguardiente milagroso?

(Tema: los siete pecados capitales)

MICRORRELATO

MOSCAS EN UNA TELARAÑA

Esta noche, en el autobús que avanza lento bajo la lluvia, un obrero cubierto de cal está tan cansado que ni siquiera piensa en el hijo recién nacido que le espera en su casa. Un hombre flaco pela naranjas y las come con una boca sin dientes. Como moscas en una telaraña invisible, ambos han quedado atrapados sin saberlo en la trama tenaz de este relato y nunca podrán escapar de ella…

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