Instantes de la tarde

DSC_0055.NEF

Autor: Antonio Cobos Ruz

A la sombra de la vieja buganvilla prisionera en su macetón de barro, un hombre de cabello plateado mira al mar mientras percibe como el aire se para en calma, como se duerme, como descansa. Observa que las hojas del árbol-macetero permanecen quietas, inmóviles, estáticas. De un momento a otro, la brisa marinera cambiará de derroteros  y el aire circulará de tierra al agua. Sólo hace falta que la luz se desvanezca en un grado de potencia y el sol, huyendo hacia el poniente, se esconda en la montaña.

En ese momento de tranquilidad, quizás de paz, ese hombre de cabellos grises rememora ‘espinas doradas’, secuencias de su vida, experiencias fuertes que marcaron cicatrices en su piel y vivencias gratificantes que suavizaron la gravedad de sus heridas. Como la brisa marinera de ese instante, el hombre que medita experimenta un cambio de sentido y vuelve a mirar hacia adelante. Sólo hace falta elegir un objetivo claro, algún destino nuevo que lo oriente, algo que desconoce, alguna inédita meta que le dirija sus pasos hacia el futuro, ‘¿adónde el camino irá?’.

Recuerda canciones de memoria, cantando a dúo, con su voz amiga. Revive ‘caminos de la tarde’, ‘entre los verdes pinos’, cogido de una mano cálida, amorosa, compañera de paseos y descansos, una mano asistencial e íntima. Vuelve la cara y se detiene en observar a su otra mitad complementaria, que aprovechando las postreras luces del atardecer vencido se pelea con las últimas hojas del literario título elegido.

E igual que sucedió ayer  y que acontecerá mañana, la oscuridad avanzará y regalará a la humanidad una noche limpia y estrellada con la espectacular actuación de las perseidas que repetirán función en esta señalada fecha del mes de Augusto.

Pero antes de que se desencadene este suceso extraordinario, los dos miembros de la pareja amiga se levantarán de sus butacas y se prepararán algún rico bocado a modo de colación.

(1) Relato realizado tras la lectura de Yo voy soñando caminos de Antonio Machado, en La Herradura, Granada.

YO VOY SOÑANDO CAMINOS

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!…

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero…

-la tarde cayendo está-.

“En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

“ya no siento el corazón”.

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

“Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada”.