Un paseo por Platero y yo

platero

Autora: Carmen Díaz Pérez 

La poesía es, en mi opinión una disciplina extraordinaria. Considero a sus artífices personajes evolucionados o venidos de otras dimensiones en las que los seres vivos, el espacio, el tiempo o las emociones se aprecian con otra profundidad, perspectiva o precisión. Los considero fotógrafos de excepción, siendo su obra capaz de despertar sentimientos en quienes la seguimos, intensos, dispares e incluso contradictorios.

Todo esto, además de reconocer que he leído menos poesía de la que me hubiera gustado leer, hace que me resulte difícil decidirme por un verso o un poema sobre el que compartir una opinión.

Recuerdo un tímido primer contacto con ella durante mi infancia. Durante mi adolescencia, fueron la pasión y la fuerza propias de la edad las que marcaron el ritmo y la intensidad de su seguimiento. Más tarde,  y ya en mi edad adulta mi contacto ha estado marcado por la serenidad y el placer que esta me proporciona.

Aunque mi acercamiento ha sido con paso lento e intermitente he llegado a apreciarla, a disfrutarla, a incorporarla como parte importante de mi vida e incluso a desear ser parte de ella.

“Platero y yo” fue el primer poema que recuerdo. Fueron los libros de primaria los que me acercaron a esta maravillosa composición. Durante algún tiempo su ternura y extensión, reducida ignorantemente al breve fragmento que se repetía en mis primeros ejemplares de lengua española, me hizo pensar que era un poema infantil. Como a muchos otros en su día, fue el propio Juan Ramón Jiménez quien me aclaró que no estaba dirigido a ningún público en particular.

Comparto a continuación,  uno de los fragmentos más bellos de este poema:

“Platero, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua de la noria del huerto; cuál vuelan, en la luz última, las afanosas abejas en torno del romero verde y malva, rosa y oro por el sol que aún enciende la colina?

Platero, tú nos ves, ¿verdad?

¿Verdad que ves pasar por la cuesta roja de la  Fuente vieja los borriquillos de las lavanderas, cansados, cojos, tristes en la inmensa pureza que une tierra y cielo en un solo cristal de esplendor?

Platero, tú nos ves, ¿verdad?

Verdad que ves a los niños corriendo arrebatados entre las jaras, que tienen posadas en sus ramas sus propias flores, liviano enjambre de vagas mariposas blancas, goteadas de carmín?

Platero, tú nos ves, ¿verdad?

Platero, ¿verdad que tú nos ves?  Sí, tú me ves. Y yo creo oír, sí, sí, yo oigo en el Poniente despejado, endulzando todo el valle de las viñas, tu tierno rebuzno lastimero…”

Juan Ramón Jiménez, Platero y yo (1914)

Reflexiono tras su lectura y no puedo evitar pensar lo lejos que está de  aquellas composiciones en las que la rima o el ritmo resulta matemático, predecible. A diferencia de ellas, Platero además de belleza tiene armonía, musicalidad y durante todo el texto transmite una libertad contagiosa.

Para mi gusto, el autor ha escogido una terminología que sin su pericia podría resultar empalagosa. Sin embargo cada adjetivo, cada comparación o expresión persiguen  visualizar con éxito cada estampa propuesta.

Durante la narración confía a Platero, y en él a todos los que queramos serlo, la idiosincrasia de su gente, cómo pasan la vida y asumen la muerte. Las relaciones entre sus paisanos, cómo entienden la diversidad, la miseria de la época…

El paseo por Moguer deja patente la adoración que Juan Ramón profesa por su pueblo.Las descripciones del lugar me parecen mágicas. Gracias a ellas podría reconocer cada uno de sus rincones o recorrer las calles por las que he paseado con el famoso borriquillo, con la precisión de cualquier lugareño. Incluso al respirar, mis pulmones parecen llenarse aun del aire cálido y dulzón que peinaba los floridos campos de Moguer.

Más allá de estas evidencias, es la amistad que ambos amigos se profesan, en la que la complicidad y la sensibilidad entre ambos escenifican este sentimiento con pureza y sencillez, la verdadera protagonista de esta historia, moderándola, dándole sentido y coherencia.

Un sentimiento que parece unirlos más allá de cualquier circunstancia sobreviviendo incluso a la muerte.  Es una obra diferente. No se parece a ninguna otra que conozca.

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