El mapa de mis silencios

Autora: Rosa María Moreno

El silencio, ese estado que la civilización ha descartado de su ideario y sin embargo buscamos como un refugio a los desmanes de nuestra atribulada y trepidante vida. Esta sociedad del progreso en la que todos navegamos a veces sin rumbo fijo, o peor aún, al rumbo y ritmo establecido por una minoría de élites dominantes que sutilmente nos imponen, nos controlan.

Su poder se extiende como una hidra en todas las actividades humanas. Nos mueven como marionetas, lo sabemos, pero acabamos claudicando a sus reglas de juego.

¿Cómo combatir tanto ruido? Ojalá pudiéramos como el cangrejo ermitaño, ocultarnos en un caparazón para defendernos del ruidoso depredador. Pero la naturaleza nos ha negado ese atributo.

Aunque hay personas que tanto silencio les perturba. Decía Virginia Woolf en su novela “Orlando” en boca de uno de sus personajes:

“No he podido pegar ojo en toda la noche por el atronador silencio de este lugar”

Yo en cambio lo busco a veces, como busco en mi botiquín un paracetamol para calmar los arrebatos de mis fieles compañeros de viaje, los dolores. El Ruido de las grandes ciudades a veces es insoportable. Nos venden el progreso edulcorado con luces, confort, transporte público y servicios, aunque algunos servicios sean una tortura para los sufridos ciudadanos .Me refiero a esos modernos artilugios de limpieza, con los que los empleados de la limpieza nos torturan a las seis de la mañana. Eso es romper el silencio y no lo que ha hecho Rociito con su culebrón.

No entiendo como los Ayuntamientos se esfuerzan por controlar los ruidos de botellódromos y fiestas ilegales en las madrugadas y en cambio no tiene ningún pudor en tocarle diana a los vecinos 2 o 3 horas antes de que salga el sol con sopladores, rodillos y vaporetas XXL.

El obligado silencio nocturno, queda abolido en aras el concepto de ciudad limpia.

En Granada subcampeona de España en ruidos, no es fácil encontrar un poco de silencio. Sin embargo en su entorno periurbano y a determinadas horas se puede disfrutar de rincones mágicos en los que el silencio es protagonista, si acaso roto por la música de fondo de una fuente o el silbido del viento agitando las ramas de los árboles, el aleteo de una paloma o el krikri de un grillo. Lugares donde el sol, la luna y las estrellas juegan al escondite en el gran azul. Casi todos conocemos esos lugares mágicos ¡Qué suerte vivir en Granada!

El silencio abre las compuertas de nuestro YO más íntimo, hipnotiza el pensamiento quedando a su merced recuerdos, deseos y añoranzas que fluyen como un bálsamo reparador.

Un lugar sobrecogedor es El Cementerio. Cuando visito las sepulturas de mis seres queridos, aun sabiendo que allí solo queda su pobre osamenta, me reconforta saber que ya gozan de la paz y el silencio eterno.

En fin, momentos y lugares que abren y cierran un paréntesis en la cotidianidad de nuestras ruidosas vidas.

¡Ah, como olvidarme de la biblioteca! Puerta de entrada al conocimiento, a la cultura y la ciencia. El lugar que nos ofrece la posibilidad de mil y una aventuras. Sus estanterías repletas de libros aguardando a nuestra curiosidad a nuestro querer saber. Un espacio libre de ruidos, un espacio saludable para la mente.

Dicen de los españoles que somos gritones y ¡Vive Dios que es cierto! Pero, sin embargo, somos muy de guardar un minuto de silencio cada vez que una mujer es asesinada por su marido o su pareja, algo que por desgracia ocurre con demasiada frecuencia. ¡Cuánto nos duele esos minutos de silencio cada telediario! Para el que ya hay un espacio informativo asignado, como “El tiempo” o “Los deportes”. Parece que hemos normalizado los asesinatos machistas ¡A dónde nos llevara este intolerable goteo de vidas arrebatadas por la cobardía más cruel! Este protocolario minuto de silencio ¡Es tan dramático! Porque el silencio de las víctimas ya es eterno y el sufrimiento de sus familias, vitalicio.

Recuerdo un lejano silencio en mi infancia. Los suspiros de mis mayores recordando a seres queridos que en la noche de los tiempos fueron víctimas de la represión política que les tocó vivir y morir. El silencio se podía cortar cuando la curiosidad infantil preguntaba que fue de los rostros descoloridos enmarcados en madera sobre el aparador de la abuela.

El silencio, zanja una discusión acalorada, poniendo paz a la guerra verbal. Ya dijo el sabio: “Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios”.

En las composiciones musicales los silencios también son importantes marcan la pauta entre los diferentes movimientos, por ejemplo en una “Sinfonía” esto lo saben bien los melómanos. Justo cuando los profanos lanzamos nuestro indebidos y clamorosos aplausos.

En un claustro monacal, he vivido momentos de emoción. Silencio y Tiempo entre pétreos arcos y columnas, aliados para sumergirnos en un apacible ascetismo .O el blanco silencio que evoca un paisaje nevado.

Cuando mi estado de ánimo está por los suelos y la melancolía me invade, venciendo mis reticencias, respetuosamente entro en alguna iglesia, además de contemplar verdaderas obras de arte, siempre se ha dicho que en la casa de Dios el silencio y el recogimiento están garantizados (aunque en mi opinión, la casa de Dios es una gran finca de más de 500 millones de Km cuadrados y sus exteriores). Bueno, pues un día que pasaba yo por un templo espectacular, una joya del gótico, cuyo interior prometía paz y silencio. ¿Cuál fue mi sorpresa? Pues resulta que:

El Altar Mayor era un gran escenario donde una joven pareja bailaba Bachata cuerpo a cuerpo, el órgano sonaba a bongó, saxo y timbales, al tiempo que se elevaba la temperatura del ambiente. Creí que mi orientación presentaba un serio desorden y me había equivocado de lugar, podría ser un episodio de Alzheimer ¡Dios! Hacia tanto tiempo que no pisaba una discoteca, como una Iglesia. Pero el olor a cera e incienso me devolvieron a la realidad. Efectivamente estaba en un templo sagrado. Como sagrados eran los miles de euros que los artistas habían pagado al casero del templo por el espectacular escenario.

¡Pues ya ven! También allí, además de Dios, se adoraba al eterno Becerro de Oro. ¡Ay don Dinero…!

Lo cierto es que en un momento, mi melancólico estado de ánimo cambió radicalmente, pues salí del templo balanceando mis caderas y tarareando la sacro erótica canción. Está claro, que el silencio en las Iglesias está sobrevalorado.

Como dice Elvira Lindo “En cuanto el silencio se venda como un lujo, igual que se empezó a considerar el tiempo, pagaremos por aquello que ahora nos da vergüenza exigir”.

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