Silencio Sonoro

Autora: Cristina Olmedo

Poned los cinco sentidos y encontraréis explicación a muchos fenómenos. David tenía doce años cuando estas palabras convenientemente repetidas por Agustín, su joven profesor de Física, alimentaron la avidez de su inquieta mente e hicieron de Agustín su profesor preferido.

David descubrió que la luz no existía sin la oscuridad y que entre ambas, las distintas graduaciones de penumbra y sombras eran infinitas. El mayor placer sensorial en su etapa juvenil fue el que le ofreció el tacto. Con sus amigos jugaba a distinguir a qué árbol correspondía el tronco que tocaban con los ojos cerrados. «Con él no hay quien pueda», decía Carlos, su amigo más competitivo. Aunque esta satisfacción no fue nada en comparación con el descubrimiento de la suavidad de la piel de Mariola, de la seda de su vientre y la dulce humedad de sus labios.

En cuanto dispuso de recursos económicos sus gustos se hicieron exquisitos. Aunque sus sabores preferidos eran los dulces y salados, disfrutaba de los toques amargos de las almendras contenidas en un buen mazapán o el ácido refrescante de los cítricos. Percibía por el olor el tipo de especia que contenían los platos que le servían en los restaurantes de estrellas Michelin que frecuentaba.

Cuando Mariola se fue de su lado, David se refugió en la comida y en la música para olvidarla. Sin embargo, empezó a ser consciente de que algo le faltaba. Hasta ahora no se había preocupado más que por su ombligo y el mundo que le había rodeado no hacía mella en su bienestar de joven bien parecido y salud envidiable. Ahora se hacía consciente de que el mundo exterior existía y comenzó una nueva búsqueda. Empezó a fijarse en la política, en su isla y en el archipiélago a la que pertenecía había mucho que hacer y que mejorar. Buscó partidos en los que militar y políticos a los que votar. En sus amigos actuales percibió más interés que amistad y dejó de frecuentar su compañía. Su trabajo, aunque bien remunerado, no completaba su vida. Las comidas en los buenos restaurantes ya no le resultaban exquisitas.

Las luces y las sombras ya no eran solamente fenómenos luminosos que percibían sus ojos, sino que también correspondían a situaciones personales y sociales discernidas con el esfuerzo de la inteligencia, del estudio, de la implicación , de la experiencia. No se sabe cuando la juventud da paso a la madurez, pero el proceso para cambiar de etapa estaba desarrollándose en el cuerpo, pero sobre todo en el ánimo de David.

Comenzó a valorar la sencillez de los guisos y la frugalidad en sus comidas. Lo que no dejó de escuchar fue la música, protagonista de un silencio sonoro que le reconfortaba. El silencio también habitaba en el intermitente crujir de las hojas secas bajo sus pies, en los desplazamientos de pequeños reptiles entre los matorrales. Los paseos por el bosque de su querida isla, le llenaban de esa paz silenciosa que muchos no llegan a disfrutar. Las playas le ofrecían ahora ese silencio otoñal, los bulliciosos turistas jóvenes o de parejas con hijos habían dado paso a los de la tercera edad, mucho menos bulliciosos. En ellas, el rumor de las olas que llegaban hasta la arena y la líquida energía que exhibían al chocar con los rompientes transformaban su silencio interior de caminante solitario en un cúmulo se pensamientos, de deseos, de ganas de implicarse con su isla y con su gente.

Hoy , mientras David se viste para su paseo matinal, un temblor del suelo le tambalea. Un rugido enorme, un estallido brutal, una llamarada explosiva, una inmensidad naranja y roja desafiando al cielo, saca al palmero de sus reflexiones. El dios Vulcano se ha hartado de su largo silencio.

Un sexto sentido nacía en el cuerpo y en el espíritu de un David que estaba a punto de encontrar su lugar en el mundo. Eso ocurriría unos meses después, cuando el silencio del Volcán, puso en él y en otros muchos habitantes de la isla palabras para el aliento, manos para el trabajo, solidaridad y ayuda para los más afectados por la caprichosa avalancha de esos ríos de lava incandescentes, que ahora han llenado de negrura las isla. Una negrura que convertirán los isleños en pocos años en tierra fértil y productiva, como ocurrió tantas otras veces después de otros caprichosos despertares de Vulcano en su Isla Bonita.