Una idea genial. (Binomio raspa/coche)

lightbulb-2692247_960_720

Autor: Antonio Cobos Ruz

Dicen que las primeras ideas son las mejores. Pero los dichos, unas veces son verdad y otras no, por mucha sabiduría popular que encierren. En este caso, no sé lo que opinaréis.

Me levanté temprano, mucho más temprano de lo que acostumbro un domingo cualquiera durante el periodo escolar. Pero, razones variadas como disfrutar de un día de mayo tan limpio, gozar de una temperatura tan agradable y quizás, el hecho de no haber cenado el día anterior (por motivos que no vienen al caso) me lanzaron de la cama y me llevaron a la cocina.

Cuando me preparaba un suculento desayuno a base de fruta, embutidos y pan tostado con aceite pensé en Georgina, la irlandesa que había venido a mi facultad con una beca Erasmus y que había conocido unas semanas antes. ¿Tendría la céltica belleza el día libre? Seguro que no. Tan guapa, con tantas ganas de conocer el país y tan sociable como era, seguro que dispondría de un abanico desplegable de propuestas para seleccionar la que más se le antojara. De todas maneras quise intentarlo. Esperé a que fueran las nueve para llamarla y sin poder aguantar ni un minuto más, cogí el móvil, seleccioné su nombre en la lista de contactos y lo pulsé con el dedo. Una voz con tonos adormilados me contestó. Y para mi sorpresa, cuando me identifiqué y le propuse pasar el día en la playa: ¡me dijo que sí con entusiasmo! «¡Qué gran idea he tenido!» —pensé —. Georgina me pidió media hora para prepararse y antes de las diez menos veinticinco estaba yo con el coche a las puertas de su casa. Apareció en seguida: pelirroja, de cabellos abundantes, delgada, alta, con un perfil de diosa y unos rasgos divinos. ¡Qué suerte!

Primera piedra: con el embeleso, no paré en ninguna de las estaciones de servicio que hay en la salida y me metí en carretera con el depósito en reserva. El tanque de urgencia de mi coche es muy pequeño. Cuando me percaté, no dije nada. Levantaba el pie del acelerador y dejaba el coche en punto muerto en las bajadas para ahorrar gasolina. ¡Qué agobio! Menos mal que hay mucha bajada hasta la playa. Ella, ajena, reía y me agradecía el día tan maravilloso que íbamos a pasar juntos. Conseguí llegar a una gasolinera sin que se nos parara el coche. ¡Menos mal!

Segunda piedra: a ninguno de los dos se nos ocurrió bajarnos crema protectora contra el sol. Aunque el agua no estaba a una temperatura apropiada para bañarse era agradable tomar el sol en la orilla refrescados con la brisa del mar. Estuvimos sentados en la playa alrededor de dos horas y nos pusimos rojos como cangrejos, sobre todo ella, que se puso en bañador y tumbada de cara al sol.

Tercera piedra: Nos fuimos a comer a un chiringuito y en lugar de encargar un pescado de primera, dado que mi monedero no andaba muy sobrado, le hablé maravillas de un pescado que aunque tenía muchas raspas era muy sabroso. Siguió mis indicaciones y todo iba bien hasta que una espina, una maldita raspa, se le clavo en la glotis. Georgina creía que se ahogaba. Ni con agua, ni con miga de pan, ni con nada. La raspa no se iba ni para adentro ni para afuera, seguía allí, clavada profundamente como si quisiera establecerse de ocupa indefinida. Decidimos ir al hospital… Urgencias… Rato enorme de espera. Georgina, la pobre, no podía hablar, casi ni tragar saliva, casi ni respirar. Tenía cara de asustada. Los ojos claros y azules se le pusieron más grandes. Cuando por fin la asistieron (no sé como demonios consiguieron quitarle la raspa) nos dijeron que tenía quemaduras serias en la piel y que eran más graves que lo de la espina. La embadurnaron de crema y a la pobre no se le podía rozar lo más mínimo. Tenía el rostro de color tomate maduro. Pasamos toda la tarde en el hospital y no había más opción que la vuelta a casa cuando salimos de allí. No me percaté de que era la hora de mayor afluencia de gente regresando a la capital.

Cuarta y última piedra: En la mayor parte del trayecto, tráfico muy denso pero fluido. Sin embargo, en el tramo de obras, nos tuvimos que detener y permanecer parados. Avanzábamos muy poco a poco. ¿Pensáis que el vehículo se me calentó? Pues habéis acertado. Debo de ser un desastre para el mantenimiento del coche. La luz roja del aceite se encendió y tuve que apartarme en el arcén. Llamé a una grúa y nos llevó al taller de la capital que le indiqué. Lo dejamos aparcado en la puerta ya que estaba cerrado por ser domingo. Tuve que pagar la grúa sin estar seguro de si la póliza me cubriría el desplazamiento hasta el taller. Se hizo tardísimo. A pesar de lo que se alargan los días en estas fechas dejé a Georgina en la puerta de su casa sin luz natural. La triste luminosidad de las farolas combinaba con lo que fue una despedida taciturna. ¡Pobre Georgina, cómo tenía la cara…!

¿Pensáis ahora que tuve una genial idea en bajar en coche a la playa?

Haikus sobre el manzano

apple-2788599_960_720

 

Autor: Antonio Cobos Ruz

Por mi ventana

las frutas de mi huerta

veo lozanas.

 

Es el manzano

un árbol de mi patio

que tengo a mano.

 

Y las manzanas

cogidas de mi árbol,

dulces y sanas.

 

Verdes las hojas

amarronado el tronco

las frutas… rojas.

 

El árbol crece

nos facilita sombra

y nos protege.