¿De qué pecado capital hablamos?

La envidia de Giusto Le Court

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

La joven escritora – 32 años – Maite Carvajal, presentaba su 2º libro en el Club 92 ante un público numerosísimo que la escuchaba con verdadera admiración. Hablaba con sencillez y humildad; dijo que su afición a contar historias se la debía a la lectura de los “Cuentos de Chéjov “cuando era niña; aquellas narraciones tan variadas, tan auténticas, tan entrañables, le dejaron un recuerdo inolvidable y la animaron de mayor a contar también lo que imaginaba. Poco a poco y poniendo gran interés en ello, fue consiguiendo “hilar” relatos y escribir dos libros cuyo éxito le asombraba, en un panorama literario lleno de obras valiosas.

Cuando llegó el turno de preguntas, de entre el público que llenaba las sala se levantó una señora de mediana edad y de forma ostensible, manifestó su rechazo a lo que allí estaba sucediendo; con gesto entre despreciativo, malhumorado y de contrariedad, atravesó toda la sala y alcanzó la puerta de salida con aire de fastidio, dejando asombrados y perplejos a los asistentes. Se trataba de Ana Iriarte, periodista que escribía la Crónica de Sociedad en uno de los periódicos de la capital.

Ana, ya en la calle, siguió andando largo rato con el rictus de desagrado en su cara; iba como sin rumbo; al llegar a un parque, se sentó en un banco y dejó que poco a poco, aquella especie de desasosiego que la invadía dejara paso a una preocupación que sin duda llevaba dentro. No merecía la pena pensar en aquella jovenzuela sin fuste que alardeaba de un éxito a todas luces inmerecido; su estilo alambicado y aburrido había tenido éxito por la ignorancia de un público que se rendía ante cualquier banalidad. A ella no la engañaban así como así; el libro de Maite no lo había leído más que a medias; ella no perdía el tiempo con semejantes majaderías. Su tiempo era más valioso. Si ella quisiera, escribiría un libro mucho más interesante. Pensando esto, se tranquilizó un poco y vio en toda su crudeza lo que hacía dos días la tenía sin sueño: su periódico había cambiado de director; ya no era ese Sr. Olmos, amigo de su padre; ahora el director, desde hacía dos días, era el redactor-jefe Emilio González; recordó con desagrado y temor los encontronazos que había tenido con él; las desavenencias con el Sr. González, según ella, se debían a que él no toleraba que una mujer llevara la sección de Crónicas de Sociedad; machismo en estado puro. Ana sabía que en los mentideros del periódico se decía que Olmos la había “enchufado” por la amistad con su padre. Mentira; envidias de sus compañeros. Ninguno de ellos llegaba a su altura. Volvió a pensar en el nuevo Director. Estaba segura de que sus días en el periódico estaban contados.

Al llegar a su casa, abrió el buzón; había una carta del periódico; la abrió sentada en la cama, y su cara se tornó lívida: el director la citaba a las 9 del día siguiente en su despacho.

(Tema: «Pecados capitales» propuesto por Antonio Serrano)

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