Felices fiestas

 

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Autora: Cristina Olmedo

Nunca sentí como hasta ahora, a mis 67 años,  lo corta que es la vida. Es más, no constituyó para mí preocupación alguna. Pero hoy, estoy  sola y sé que así seguiré hasta que pasen estas espirituales y bondadosas fiestas. Aunque  también podría tildarlas de amargas y consumistas. «Pero no quiero estar en  modo sufrimiento» como diría mi hijo pensando en que son momentos ideales para que los grandes comercios hagan su agosto en diciembre y continúen haciéndolo en enero, antes de que llegue la famosa cuesta,  «como si no hubiese numerosas cuestas durante todo el año para una gran mayoría de mortales», ni quiero detenerme en lo importantes que son para que las empresas potentes presuman de sus eficientes tecnologías tan respetuosas con el medio ambiente, repitiendo sus slogans hasta hacer de ellos una hermosa tapadera que oculte sus mentiras.

Quiero pensar en mí, solo en mí. Dentro de esta conciencia de brevedad que me embarga. Voy a tener un largo paréntesis de tiempo propio y no quiero desaprovecharlo. La soledad es una compañera que se me ha impuesto, a mi pesar. Me enfrento a ella no con miedo sino como aliada. Voy a dejar que me acompañe con su silencio. Mis palabras van a caminar por él, en voz alta, las paredes son sordas y mi voz se va a alzar  para sentirme yo misma. Gracias  bendita soledad, porque puedes soportar cualquier locura y tener la extraña amabilidad de permanecer conmigo, de no huir de mi lado. La única amiga a quien siempre se encuentra cuando se le busca y que no se siente rechazada cuando queremos cerrarle la puerta  porque no la esperamos, y persevera en llamar, por si  no nos dimos cuenta del halo de confianza que hay en su voz. Hoy voy a pensar en mi futuro, pues mi pasado ya quedó atrás. Solo en el futuro hay un abanico de caminos que poder elegir, toda una serie de esperanzas depositadas en cada una de sus varillas.

Es curioso esto de pasar de un año a otro cuando llega  San Silvestre. Si estás con familia, con amigos, o con cualquier otra compañía, cuánto más numerosa mejor, nos   invade una especie de euforia  tribal, llena de champán, de mesas repletas, de buenos vinos y mejores entrantes, de espumillones, gorros iluminados y toda una panoplia navideña, acompañada de besos, abrazos, y buenos deseos. Una alegría pueril, yo diría, que nos prepara para dormir la borrachera de buenos sentimientos.

Sé que cuando llegue el 31  me llamarán por teléfono, oiré voces queridas y los amigos llenarn de memes y mensajes mi teléfono móvil, que seguramente no miraré hasta después de tomar mis uvas. Hay tradiciones que no me dicen nada, por ejemplo nunca llevaré lencería roja, y mira que casi no hay año en el que no reciba un precioso conjunto de braguita y sostén. Un poco ridículo a mis años, aparecer  en tan colorado deshabillé. Sin embargo, esta de tomar las 12 uvas de la suerte no me la pierdo ni un solo.

El año nuevo  se aproxima  a mayor velocidad cada año que pasa para mí. 2020 es su nombre, un hermoso número que por ser múltiplo de 4, toma el apellido de bisiesto. Antes de que llegue voy a pedirle 20 deseos que dejaré escritos, muy bien estudiados,  y ocultaré convenientemente hasta la siguiente Nochevieja, que sospecho llegará ante mí en un soplo, con esa velocidad que rozará la supersónica. Veré entonces cuantos han tenido a bien cumplírseme.

A mis 67 años, quiero  dormir estas navidades cual gusano que se encierra en su crisálida para salir hecho mariposa.  La vida se me hace corta sí, pero la tengo cogida. Si alguna vez pensé que hay vida tras la muerte, quiero despertarme renacida sabiendo que de momento, hay vida antes de la muerte, como diría Punset.

 Esto de hablar en voz alta conmigo misma ha sido digamos que una autoterapia. Al final de todas estas palabras he sentido que la soledad es una estupenda compañera. Ha sido bueno esto  de saber estar con una misma. Y ahora, antes de que cierren, iré a comprar una botella de champán dulce, y esas uvas que no pueden faltarme. Y después a dormir, a dormir como un gusano de seda, para dejar que aparezcan esas alas que me impulsen hacia lugares más altos que los que frecuenté hasta ahora.  Vivir con alas, un hermoso deseo que no estará apuntado entre los  veinte que dejaré escritos. Cierro los ojos y en esta calmada soledad, la bondadosa cara de un Machado amigo se aparece ante mí y me recuerda que entre el vivir y el soñar, esta lo que más importa: despertar. Y no te olvides la llave.