Transición

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Autora: Carmen Díaz Pérez

Han pasado ya dos años y parece que fuera ayer cuando llegué a esta ciudad. Ahora sé, que tomar la decisión de dejar todo atrás no fue temeridad ni valentía, fue necesidad. Aunque a veces me tiemblen las piernas al recordarlo.

No puedo olvidar la perplejidad reflejada en los rostros de mi familia, de mis amigos cuando les di la noticia. Verdaderamente la decisión estaba ya tomada pero, además del apoyo de mis hijos y el de mi hermana, eché de menos cierto calorcillo moral, por parte de los demás, que me aupara en lo que iba a empezar.

Siempre me repito que no debo esperar ninguna actitud determinada de nadie. Cada uno es como es y reacciona como siente, pero claro, en circunstancias excepcionales como era esta, la lucidez de la que una dispone está bastante limitada y tiende a olvidar lo obvio.

Curiosamente nadie tachó mi decisión de locura, de irresponsabilidad aunque creo que alguno que otro tuvo que hacer malabares para quedarse en lo políticamente correcto.

Ahora que tengo una vida normalizada y estandarizada, por definirla de alguna manera, recupero puntualmente flashes de las primeras semanas.

Algo memorable fue el viaje con la mudanza. Clarividente comprobar lo poco que hace falta para vivir.

La furgoneta que alquilé parecía la de  los melocotones del famoso humorista ¡era enorme! Menos mal que mi hija se ofreció a conducirla

¡Mira que es atrevida esta hija mía! No se achanta por nada.

Así que las tres, mis dos hijas y yo, nos acomodamos en el asiento delantero y con la música a buen gas, nos pusimos en el camino dirección a Granada.

El trayecto se me hizo corto amenizado a base de chascarrillos y canciones.

Al llegar al piso, el garaje que no abre. Risas de nuevo. Un vecino nos explica. Menos mal que siempre hay gente dispuesta a ayudar.

La primera noche y muchas más el sueño es extraño, superficial. Tardo algunas semanas en desprenderme de la sensación de desarraigo.

Hacer de aquel piso mi hogar me llevó algún tiempo.

Sin embargo en el trabajo me sentí, desde el primer momento, como pez en el agua. Rodeada de libros las horas más que pasar, corrían. La actividad mantenía mi mente pletórica, expectante ante tanta información novedosa.

Solo un inciso, la excitación del momento me mostró durante las primeras semanas como una parlanchina compulsiva

¡Madre mía, con lo que me cuesta entablar conversación! Sin embargo los nervios, la inseguridad potenciaron esa actitud.

Muchas veces pienso en eso ¿Por qué me sentí insegura? Siempre me ha lastrado este sentimiento. Llevo veintiocho años en la profesión, por lo que no eran nervios de principiante. Quizás se deba a que siempre me ha importado demasiado dejar claro la transparencia de mis acciones, de mi trabajo, de mí en general. Según mis más cercanos, esto sea fruto de la pizca de ingenuidad con la que sal pimento mi vida.

Bueno, menos mal que duró poco.