Duelo

Foto: Elena Casanova

Autora: Carmen Díaz Pérez

Salieron trece personas de excursión; solo volvieron doce. Trece, contando con el finado, claro.

Me he unido a este extraño grupo en el que apenas conozco a alguien arrastrado por mi amigo Martínez. Un tipo de carácter poliédrico, una compañía recurrente.

Es psicólogo en su empresa y en un principio pensé que se trataba de alguna movida para un ascenso, ya lo había hecho alguna que otra vez, jamás imaginé que pudiera tratarse de un entierro, menos aún que la salida fuera al cementerio, que por otro lado está a las afueras de la ciudad y además corona una colina.

Sí, mejor sería tomarlo como una excursión

Llegué tarde por lo que comencé la subida con prejuicios y apatía cerrando el grupo. Distinguí a mi amigo en la cabecera, su novia caminaba a su lado, bueno su amante. En realidad, una amiga bastante íntima. Es otra de las personas que conozco. Vivimos una situación incómoda durante una noche de música y cervezas. El la consolaba de una pérdida difícil; yo fui bastante inoportuno. Una máxima en mi día a día.

Hoy también hay niebla, pero ligera y fresca. Eso imprime a las figuras cierto aire fantasmal; hasta el féretro que encabeza la comitiva parece llevado por ángeles.

Acabo de divisar al último de mis conocidos. Es encargado de equipo en la empresa y saxofonista en el local que frecuentamos. Se ha detenido de repente y parece contarnos; deformación profesional, imagino. Ha comenzado a tocar la armónica y la melodía lánguida y dulzona serpentea monte abajo. Desde lejos me hace señas con los brazos, le respondo con idéntico brío, aunque enseguida comprendo que solamente espantaba a unos vencejos que revolotean sobre su cabeza. Los aborrece desde que su hermano perdió la vida en aquel accidente. Sucedió por ellos. Debió encontrar alivio al encontrar un culpable.

No veo la necesidad de seguir en la retaguardia por lo que he apurado el paso hasta sobrepasar al penúltimo caminante. Me ha mirado de reojo con su cara pálida y pequeña. Su cuerpo, un voluminoso barrilete sostenido a duras penas por dos cortas extremidades. Asombrosamente se desplazaba con cierta facilidad gracias a un ligero balanceo que lo asemejaba a un descomunal pingüino. Me maravilló verlo allí pese a su reciente duelo. De hecho, la depresión lo mantenía de baja y la ansiedad, obeso.

Alcancé a mi amigo casi al mismo tiempo que al campo santo. Una explanada nos daba la bienvenida sembrada inesperadamente de banderolas que publicitaban lo que iba a ser su conferencia.

Una vez ocupadas las doce sillas dispuestas esperamos a que Martínez iniciara su charla: “Enfrentar y superar el duelo”. Formaba parte de un programa que incluía, además una inmersión realista y un coloquio entre los asistentes. Un encargo de la empresa ante el aumento de bajas por enfermedades emocionales.

Durante la vuelta formulé la pregunta que llevaba rato pujando por salir: “Martínez ¿te parece correcto no quedarnos al sepelio?” A lo que él contestó: “Carlos, hemos sido doce en todo momento.”

(Tema: «Salieron trece excursionistas, solo volvieron doce», propuesta de Antonio Cobos)

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