Calor de bar

 

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Autora: Rosa María Moreno

—¡Adiós, mamá! ¿Me recoges a las dos?

—¡Claro, cielo! Aquí estaré.

Miró el reloj,  en media hora tenía que estar trabajando. Su empresa de seguros había decidido reabrir al público  la sede central. Después de tres meses teletrabajando le sería difícil  volver a la rutina, esta vez con pantalla, mascarilla, limitación de aforo, en fin, las nuevas normas pero las  mismas responsabilidades  y,  por supuesto, el mismo sueldo.  El confinamiento le había dejado un par de regalitos: la ruptura definitiva con su pareja,  el padre de Pablito, el pequeño escolar y un inquietante  e-mail de su ginecólogo.

A pesar de la avanzada primavera, la mañana amaneció fría y gris, en el norte, ya se sabe, podría ser  un reflejo de su estado de ánimo. Entró en la cafetería  y, claro, en hora punta, ¡ni una mesa libre! Todos desayunamos, comemos y cenamos a la misma hora en este país. Un tipo desde la mesa del fondo le hizo señas indicándole que ya se marchaba, que podía sentarse mientras el camarero le traía la cuenta. Ella, con un gesto de agradecimiento, aceptó el ofrecimiento mientras miraba impaciente su reloj. Se quitó la chaqueta y  retiró  su  melena  de la cara descubriendo unos  rasgos bellos y  sensuales. Aunque su atuendo era básico, vaquero y camiseta de algodón, zapato urbano, tan solo rompía la sobriedad de su indumentaria un largo collar de semillas que enaltecía un busto generoso y un cinturón de cuero que marcaba la curva de sus caderas. Su benefactor  no perdía  el tiempo, con efecto  laser, analizaba detalladamente superficies  y  volúmenes de su anatomía: peso, talla y, sobre todo, la masa muscular de sus cachetes. Para disimular, intentó enrollarse con los comentarios típicos;

—Me suena muchísimo tu cara, ¿trabajas por aquí?

—¿Cómo  te llamas?

—Me llamo Malena y  sí trabajo por aquí cerca.

—¡Malena! Tienes nombre de tango.

Malena marcó una discreta sonrisa  al comentario tópico de su incómodo acompañante. El tipo, de cuarenta y tantos, tenía pinta de abogado,  asesor, director de banco o vendedor de coches,  un perfil muy común de urbanita matinal. Vestía ropa de marca rabiosamente moderna. Dividiendo sus cuartos traseros y delanteros por un cinturón de esos tipo “Hermes”, como no,  con un detalle de la bandera nacional en su centro. Su colonia o masaje  mareaban (también parecían caros), su rostro bronceado y  semioculto por una espesa barba escrupulosamente cuidada. Sus lentes último modelo  Rayban no ocultaban, sin embargo, las miradas lascivas hacia Malena.

Malena, buscaba la mirada libertadora del camarero, su redentor, si  no se demoraba en traer la cuenta de aquel incómodo acompañante. Siempre  le servía  el mejor café  y, con rapidez  además, era un buen amigo desde el Instituto.

—Pepe, cuando puedas un  café y media mixta.

— Ya estoy contigo Malena.

—A ver, chico, la cuenta de la ocho. ¡Volando!

Malena, incomoda por las miradas del fotógrafo- radiólogo, que intentaba sin disimulo un ligoteo descarado, buscaba a Pepe desesperadamente. El galante varón ibérico,  tirando de su  Ipad,  ya se disponía a pedirle su teléfono  al tiempo que sacaba de su billetera (también de “Hermes y con banderita) un billete de 20 y una tarjeta que extendió a Malena  con chulería torera.

—Este es mi despacho, si necesitas algo estoy a tu disposición.

—¡Ah, claro, gracias!

Lo que se temía: un picapleitos.  Ella iba a necesitar uno muy pronto, pero este ya quedaba  descartado.

Malena  sentía en su cabeza un remolino de emociones mezcla  impaciencia,  indignación   miedo e  incertidumbre. El  informe de la  biopsia de mama  remitida por su ginecólogo era positivo.  Mal asunto, se enfrentaba a una cirugía posiblemente agresiva y a  un largo y farragoso divorcio.  Pero una sonrisa tímida y controlada se dibujó en sus labios, mirando con disimulo la cara de aquel tipo que en pocos minutos y con pocas palabras, había trazado su perfil psicológico. El físico era evidente. El ibérico  interpretó la tímida sonrisa de Malena como un  éxito de  seducción natural y se vino arriba.

Por fin llegó Pepe, con el café, la mixta de Malena  y la cuenta  para el  caballero.

—Perdone  la demora, señor. Estoy solo y  ya ve como está esto.

—No te preocupes, la señorita y yo estábamos charlando.  No le cobres.

—Serían 10 Euros.

—¡No por favor!

—Faltaría más.

—Bueno, ¡muchas gracias!

Malena se sintió un tanto violenta, pues la verdad, no le conocía de nada y le pareció un gésto arrogante y farolero.

—Espero verte por aquí otro día. Adiós, guapísima.  Me encantaría seguir charlando contigo pero no puedo quedarme, tengo un juicio en 25 minutos.

Malena agradeció su invitación,  pero la cesión de la mesa  le resultó muy embarazosa. ¡Menudo plasta!

Pepe se acercó a preguntarle cómo se encontraba, conocía la mala racha de Malena  y la apreciaba de verdad. Ella no disimulaba su preocupación y el miedo a los efectos de su lesión. Ya se imaginaba  su busto amputado, sin  pelo, sin marido. Pensaba en Pablito. ¿Qué haría si ella tenía que ir al hospital? Su padre siempre andaba de viaje  y cuando estaba en casa era para liarla.

—Vas a salir de esta, Malena. Mira mi hermana, hace diez años que le amputaron  las dos mamas y ahí la tienes, luce melena,  bikini y modelazos sexi   y sin complejos. ¿Y qué me dices de Angelina Jolie?  Ya ves, menudo cuerpazo. Una mujer valiente, como tú. Y de Alex, ¡la verdad Malena, no te merece! Siempre ha sido un impresentable. Todo esto lo vas a superar, te conozco y sé que  eres una luchadora nata. Cuenta conmigo para llevarte el mejor café a donde quiera que estés, en el azucarillo irá todo mi cariño y mi  apoyo. Toma, el  Kinder  para Pablito.

—Gracias Pepe. ¡Qué haría yo sin ti!

—¡No desayunar como Dios manda!

Consiguió  pintar una sonrisa en la joven y timorata Malena, mientras  esta le contaba a  Pepe la venganza  no planeada contra  aquel petulante que se acababa de marchar.  Llevaba parte de la tostada, pegada en la barba  que luciría con todo esplendor en la sala 13 de lo social. Ahora fue una carcajada compartida entre  Pepe y Malena. Un chulo con chorreras.

Por los pasillos del juzgado, conocidos y extraños  sonreían al cruzarse con el togado. Él Pensaba  como decía Serrat: Hoy puede ser un gran día,  borracho de éxito. ¡Vamos a ello, chaval!

—Con la venia, señoría.

— Señor letrado, no está permitido  traer alimentos a la sala.

En ese momento, el resto de su tostada impactó  sobre los documentos que tenía delante dejando un lamparón grasiento en  ellos. ¿Cómo es que nadie le advirtió del colgante de su barba? ¿Por qué, sería? ¡Ahhhhh! “La venganza es un plato que se sirve frío”.

 Moraleja:” El orgullo y la arrogancia es el camino más corto para  la ruina y la desgracia”, en este caso, para un mayúsculo  ridículo.